Ser madre (padre) y educar es un proyecto a largo plazo, un proyecto que requiere de dos ingredientes fundamentales: tiempo y paciencia. Dos ingredientes que cada día escasean más. Dos ingredientes que debemos saber encontrar dentro de nosotros mismos, porque ni se venden ni se compran, porque a veces se agota la paciencia y alguien nos roba el tiempo, o seamos sinceros, lo perdemos en cosas triviales.
Pero también es cierto que ser padres es una tarea agotadora, recompensada con besos , abrazos y miradas. Ser padres no es algo sencillo, nadie dijo lo contrario.
Nuestros hijos nos ponen en infinidad de situaciones que muchas veces no sabemos resolver. Ellos tienen sus propias necesidades, gustos, deseos, sentimientos y durante sus primeros 5-7 años no han aprendido todavía a articularlos correctamente. En otras ocasiones son sus exigencias, sus "mamá esto, mamá aquello, mamá,mamá, ..." Y ... nuestra paciencia parece acabarse, agotarse del todo sin posibilidad de renovación. Pero no, siempre queda un poquito más. Debemos parar antes de estallar, porque en nuestro interior queda un poco más de esa debilitada paciencia.
Sí, pero ¿y si se me ha agotado del todo? ¿Qué pasa cuando estoy tan cansada que ya no puedo más? ¿Qué hago cuando siento que todo me supera, cuando empiezo a alzar la voz más de lo que quisiera y debiera? ¿Qué hago cuando la paciencia se me acaba?
La respuesta no puede ser más simple: respirar hondo y volver a recargar ese saco sin fondo de nuestra paciencia y seguir adelante. Crisparnos, gritar o alterarnos no servirá para que nuestros hijos nos obedezcan más, no servirá para que todo ese caos que han dejado en la habitación tras jugar vuelva a su lugar, no servirá para que tu hijo con todo el talento artístico desplegado deje de pintar en las paredes del salón ...
Cuando la paciencia se agota, debemos saber buscarla dentro de nosotros mismos, no dejarnos llevar por esas emociones negativas que nos invaden cuando estamos desesperados, frustrados, cansados ... La paciencia está ahí, solo hay que saber gestionar bien nuestras emociones para que la paciencia fluya de nuevo desde nuestro interior.
Sí, lo se, que fácil es decir todo esto. Sí, mucho más fácil escribirlo que practicarlo, pero es que es así de sencillo. Cuando nos dejamos llevar por ese torrente de emociones negativas que se nos vienen encima cuando nuestros hijos sistemáticamente no hacen caso a lo que les decimos, cuando patalean y se rebelan por prácticamente todo, cuando día tras día crees que nada de lo que dices o haces sirve para nada. Sí, entiendo tu frustración porque yo misma me he sentido así en alguna ocasión. Pero enfadándome y dejándome llevar por esa frustración no he conseguido nada.
Cuando la paciencia se agota, tómatelo con calma. Mira en tu interior y sabrás volver a recuperarla. Mira a tus hijos y piensa en lo que ha hecho que se te agotara la paciencia y pregúntate ... ¿hay para tanto? Seguramente en muchas ocasiones la respuesta será no, solo es que estoy demasiado cansada, quiero que se bañen, cenen y se acuesten rápido. En otras, la respuesta no será tan sencilla pero recuerda que es un niño, ellos no nacen sabiendo qué es lo que está bien y lo que no. Es tarea nuestra, con el gota a gota de una educación coherente y consistente como vamos a enseñarles lo que está permitido de lo que no, lo que es deseable y lo que no.
Cuando la paciencia se agota hay que saber buscarla de nuevo. No se vende ni se compra, pero es la mejor receta contra esos estados de ánimo negativos que para nada ayudan a educar mejor a nuestros hijos.