Ahora que su ángel de la guarda ha autorizado a Rajoy a desvelarnos los planes sobre los que ha estado elucubrando estos últimos años, vamos comprendiendo los españolitos de a pie en qué emplea este hombre el tiempo libre; en pensar como jodernos aún más la vida a los ya vituperados españolitos de a pie.
El espejo en el que se mira, el hijo de la pérfida Albión Cameron, además del bestial recorte social que ya ha puesto en marcha, amenaza con no dejar piedra sobre piedra del menguado Estado del bienestar. Ahora les toca el turno a las prestaciones por desempleo, esas pingues cantidades que llevan esa panda de privilegiados que andan solazándose cada lunes bajo el sol.
Si ya con el anterior recorte se le han sublevado los estudiantes por la brutal subida de las tasas universitarias, es de esperar que ahora sean los parados y los sindicatos quienes lo sometan al envite de otra ola de rebeldía. Al menos los ingleses, como los franceses en su día, demuestran que están vivos.
Los discípulos autonómicos más aventajados de Rajoy, impacientes por aplicar la receta, no piensan ni siquiera esperar a ganar las generales y ya se han aplicado a la labor y no se salvan ni los homosexuales. Que esto de la crisis ya se sabe que no es por cuestión de sexos.
Tampoco es que lo tengamos menos crudo por el otro extremo de la horquilla. Los socialistas siguen empeñados en hacer la revolución esa que tienen pendiente desde hace siglos, aunque nosotros los humildes mortales seamos incapaces de apreciar su altura de miras. Y eso es porque nosotros, malpensados de nacimiento, no sabemos entender que, aunque todo parezca igual, lo aplique quien lo aplique, y se pongan misteriosamente de acuerdo siempre para lo mismo mientras no dejan de lanzarse puñales envenenados unos a otros, todavía hay matices. Si te pegas toda una vida sin conseguir percibirlos es por tu insana costumbre de no acudir regularmente al oculista, no por otra cosa.
El caso es que, mientras la inmensa mayoría de nosotros nos las vemos y deseamos para alcanzar con una respiración decente el fin de mes, los de siempre siguen a lo suyo, erre que erre, como un martillo pilón con el que no va la cosa. Y, aquí sí, no se queda rezagado nadie, por extraño que parezca. Que ya se sabe cuáles son las espaldas sobre las que ha de recaer el peso del sacrificio por mandato divino.
Pero aquí, a lo más que alcanzamos es a pegar unos cuantos gritos en mitad de la calle e irnos rápidamente a casa a no perdernos el “reality” del día, no vaya a ser que a la “princesa del pueblo” le dé por divorciarse esa tarde y nosotros ganduleando por un quítame allá esas pajas. Y, mientras, el país con estos pelos.