Revista Religión

Y el sueño se hizo cantillanero

Por Cantillana
  
Y el sueño se hizo cantillanero 
Un fraile humilde, porque así lo es la rama de su observancia, dentro de la mendicante y seráfica Orden Franciscana tuvo un día, en los albores del siglo XVIII, en el coro de su convento de Sevilla, y en uno de esos momentos en que el cansancio traiciona, haciendo caer en duermevela, mientras vence toda resistencia que se le pueda ofrecer un sueño, que sólo pudo tener un capuchino sevillano. Su imaginación, medio dormida, le dejó ver a la Virgen, nada extraño en su Mariana Ciudad, como Celestial Zagala, pastoreando las almas, como en la parábola evangélica  hacía su Hijo, el Buen Pastor. Visión humilde de la Segunda Persona de Dios y de su Madre, queriendo demostrar el infinito amor que sienten por querer recuperar las almas perdidas.
   Recorrió la ciudad de punta a punta, contando la visión de su devocional deducción evangélica, fundando apriscos y rediles. Y anduvo por los pueblos cercanos misionando el mensaje del pastoreo divino que en su amor desbordado, ejerce el Señor sobre los que son la perfección de sus criaturas, de cuyo celo no se puede alejar a la que nunca apartó de su existencia y la hizo corredentora en su obra de entrega total hasta la muerte.
   El parentesco con los condes y señores de la villa, lo llevó a Cantillana, donde contaba con el amparo y respaldo familiar, dejando allí una bellísima y singular imagen e instaurando para siempre el Rosario Publico de Señoras de la Divina Pastora  presidido por un Simpecado, al que luego el pueblo le dio la liturgia y el rito que mejor creyó, a su gusto y manera. Rosario callejero con sede parroquial, peanas con faroles, avemarías con mantillas y presidentas con las borlas en las noches veraniegas de septiembre. Herencia maternal cantillanera.
   En los años, ya tocando con la mano los trescientos, se fue esculpiendo la forma actual de los cultos que conocemos y por los que la hermandad se desvive, alentando las brasas siempre encendidas en los corazones, procurando mantener ese tesoro espiritual que toma forma en las tradiciones.
Entusiasmo de fervores que estremecen los contornos de la calle Martín Rey, bajo cúpulas nevadas de papel, por donde el infinito se deshace en cascadas de pétalos frescos de corales, entre estrellas explosivas de colores y artificios de pólvora sonora, que suben a los cielos presumiendo del orgullo de sentirse pastoreño. Música de bandas soltando por el aire y los sentidos notas anunciadoras de pueblo andaluz, que palpita, con pulso acelerado de emociones, oyendo compases, que empapan hasta el alma, de  Pasan los Campanilleros. Y un almendro florido, que se mueve con temblor acompasado, mientras riegan sus raíces sudores de costaleros, es el fondo dibujado en eterna primavera, para un sombrero tejido con hilos de oro y calado por suspiros, que al volar en manos venerables, que saben subir por las alturas la sublime Majestad de majestades, deja al descubierto sus cabellos, recibiendo la caricia de la brisa, soplo que abre los adentros, para dejar escapar clamores, guardados por el tiempo de los siglos, gritando el mejor de los piropos de su casta, que encierra verdades por tantas generaciones escritas, en esa voz que ennoblece la  noche de la magia: ¡Viva siempre la misma!
   Risco de amores que se eleva sobre La Vega, bendito trono, donde el corcho, por la gracia del sentimiento, se hace roca, baluarte de fe y devociones, donde pacen las ovejas del rebaño de tus desvelos, ¡Pastora Divina!, pidiéndote que oigas el clamor de sus balidos, plegarias y alabanzas que llenan los días de novena.
   Luego vendrán pregones de poemas por el viento, carteles con bellezas de romeras, rimas en seguirillas al compás de tres por cuatro, nubes de gotas cristalinas que quieren asentar el polvo de Los Pajares, notas de flautas y tamboriles, bengalas y más cohetes, derroche de alegría en caballos y volantes, carretas alfombradas con papelillos en dibujos, yuntas de bueyes cansinos que marcan el ritmo caminante y un dosel de plata que cobija el privilegio de Dios para su madre: Sin pecado concebida.
   Y un beso, sellando el cariño, en las manos amorosas de ese requiebro celestial, que a la Parroquia bajó para ser Pastora de las almas. Apoteosis de traca con amores tronadores, pone el broche para cerrar un septiembre de devociones pastoreñas, en una Cantillana agradecida hasta el final de su existencia, recordando a fray Isidoro, por aquel sueño que tan suyo hizo.
   José Manuel León Gómez.   (Cantillana y su Pastora 2013)

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