Revista Opinión

Y, ¿Eso es amor?

Publicado el 10 diciembre 2019 por Carlosgu82

12/11/2019

 Llegan tiempos en la vida donde según uno, ya conoce mucho, donde todo supuestamente es predecible y donde por ciertas experiencias «todos son iguales». Ya se pierden los deseos de aventurar, donde el concepto de esperar confiadamente es de ingenuos, donde erróneamente se deja de esperar a que existan buenas voluntades, sentimientos limpios Y, algunas veces, tambalear acerca de la creencia en Dios.

Y así, sin más ni menos el mundo se vuelve simplemente el lugar de monotonía donde nadie quiere, nadie valora, nadie cumple, nadie respeta, nadie siente o al menos no de verdad. Los pocos que lo hacen se limitan a un pequeño número de personas, las más cercanas, las indispensables, las del diario vivir; TU FAMILIA.

Yo, se puede decir que me he vuelto calculadora, desconfiada, pesimista y burlona con respecto a los sentimientos, porque mi adolescencia la desarrollé en un entorno de promesas rotas, fidelidades ficticias, amores resignados, mentiras «piadosas» y culpables designados. Al fondo de mi corazón se rompieron cosas como » El amor eterno» y » La sinceridad», «El Felices para siempre» se convirtió en inalcanzable y todo cambio de posición.

Todo esto en base a experiencias ajenas y propias, lamentablemente en mi opinión, injustas en su mayoría. Porque al reflexionar te preguntas: «¿Por qué si he dado lo mejor de mí, me entregan lo peor de ellos?» Y la voz de tu conciencia responde cínicamente: «-No sé, pero quizá diste mucho, muy rápido y te vieron la cara de idiota-«. El corazón lleno de nobleza y con una pizca de razón dice: – «No está mal del todo, esto te sirve de aprendizaje, ten fe será mejor la próxima vez»- Y el cerebro para dar por cerrada la discusión y mostrar su radicalismo les dice: – «Déjenla que llore, sufra y se desahogue, igual esto es el mundo, así es la gente y le llegó la hora de madurar»-.

Y ahí queda la otra parte de mí, reprochándole a todo y a todos, derramando mares por los ojos, con dizque «el alma rota» y prometiéndose una y mil veces «madurar» y no volver a confiar en nadie.

Ya para salir de esa, se enfoca el cuerpo y la mente en otras metas, (trabajo, estudio, ejercicio, etc.) entretiene al corazón con imágenes y canciones románticas del diario, la conciencia se asoma nada más buscando defectos y el cerebro analiza los resultados y dice de mal humor: -«Siga sin usar la cabeza y vera que el cuerpo sufre»-

Con cada día nuevo, pero siempre con el mal recuerdo en la memoria, uno se va autodestruyendo, porque si algo es cierto, es que más fácil se olvida la hora de comer, que lo malo que se ha sufrido en la vida.

Se vuelve uno tan tosco, que, empieza a ver la ternura como ridiculez, las cartas en simple papel, el amor como solo sexo y las promesas y palabras bonitas como cháchara.

Cuando a veces se levanta de buen humor, el corazón canta y te empieza a cuestionar y a hacerte replantear lo que piensas, te pinta un paisaje lleno de chocolates, flores, olor a amor, niños pequeños y metas por realizar, acompañada de esa «persona ideal» que te dará un beso en las mañanas, que veras hasta cuando sean viejitos y que a pesar de todo nunca te dejará. Es un analgésico tan bueno, que te pone ilusiones ópticas (todo te queda bonito), no sientes cansancio, todo sabe mejor y nada tiene que cambiar.

De repente como por obra del diablo la conciencia afirma que el amor no existe, que la vida de pareja es solo un costumbrismo y un intercambio de intereses, donde yo te doy lo que quieres, tú me das lo que necesito, donde la rutina es la base de convivencia, donde la ausencia de detalles se reemplaza con ver la televisión, donde una sonrisa significa que estoy o estas bien porque es casi un delito preguntar, donde una conversación de supuestos amigos se convierte en pelea de verdaderos enemigos, porque las opiniones se convierten en críticas y los defectos en diagnósticos incurables, que, sin razón alguna, no hay  más alternativa que aguantar.

Porque siendo sinceros, por esa maldita costumbre, la despedida y «el hasta aquí» dan más miedo que el infierno o la misma muerte y como robots nos damos a la tarea de a diario ser más fuertes y soportar.

Es ahí donde autoproclamarnos superhéroes no es necesario, porque nadie requiere hablar de lo obvio. A mi juicio, solo una persona con atributos extraterrestres soporta la patanería, la altanería, los desplantes, insultos y aires de superioridad, de un ser que solo llena sus vacíos internos cuando logra achicar el ego del otro, aplastando su autoestima, resaltando sus defectos, devaluando sus virtudes Y, con una desfachatez inimaginable, culpándole del fracaso en el que conviven.

En ese momento o en esos momentos, porque pasa cada vez más a menudo, así es como se dice que «lo que se permite, se repite», piensa uno: “¿y yo por qué sigo aquí?». Y es ahí donde comienza el arduo trabajo del cerebro; examinando los pros y contras de aquella disfunción, porque a eso ya no se le puede llamar convivencia, sino más bien, sometimiento elegido.

Pasan horas donde el sometido ya no duerme, y no por falta de voluntad o cansancio, sino porque el cerebro en su afán de resolución, olvida apagar el interruptor y en intervalos cada vez más cortos, hace sugerencias sobre posibles soluciones, enviándole al corazón un café para que salte de pujanza y a la conciencia la carga con los resultados de su examen para que se aliente a salir del confort, intentando «radicalmente» tomar determinación, irse y empezar de nuevo.

Pero es allí donde llegan el miedo a empezar de nuevo, las preguntas sobre cómo afrontar las circunstancias, la duda de saber si se lograra aceptar como compañeros a la soledad y al frio, y la curiosidad de saber si tu valentía durara lo suficiente. Aparte de que desgraciadamente, o bueno como parte de ser buena gente, sentimos algo que se llama «compasión» y eso, nos hace sentir egoístas, desalmados y nos llena de los buenos recuerdos que, de seguro hay porque así es el amor, opacando notablemente lo malo y  dándonos una gran dosis de resistencia, que al fin, nos quita la voluntad y sin más remedio no quedamos atados de mente, cuerpo y alma a eso que nos nos enriquece en lo más mínimo y se convierte tan necesario como desayunar.

El correr del calendario se basa en tirar sal sobre la misma herida, lastimar tantas veces que ya se tiene callo y en convencerse estúpidamente de que cada día es mejor.

 Por algo se dice que el amor es paciente; por que hay que tener esa virtud,  casi de santos para soportar, aceptar, y comprender todas estas cosas y  adversidades que nos trae la vida de pareja.

Se precisa también una voluntad incansable para no renunciar a la primera discusión, para no abandonar el sueño de amar como en la iglesia a veces prometemos; En la salud y en la enfermedad, en alegría y tristeza, en abundancia y pobreza y a pesar de todo, hasta que la muerte nos separe.


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