Este fin de semana EL PAIS publica una noticia desde Holanda sobre la castración de menores en el contexto de una supuesta prevención de la homosexualidad (?) en centros escolares o de acogida de la Iglesia Católica.
Siempre nos ha resultado difícil comprender el carácter obsesivo de las jerarquias eclesiásticas católicas con la sexualidad. Una institución que, supuestamente tiene su origen y principal objeto en lo trascendental, divino y superior, dedica notabilísimos esfuerzos en ámbitos de la sexualidad y, a veces únicamente de la genitalidad, de la vida humana. No alcanzamos a saber si se trata de una simple herencia tridentina o anterior, si se enraiza en el compromiso–obviamente social, que no teológico–del celibato o en la exclusión de las mujeres del sacerdocio. Esa ocupación en asuntos de cintura para abajo, en lugar de ocuparse de los del cerebro para “arriba” no aparece reflejada ni en los Evangelios, ni el los escritos de los Padres de la Iglesia.
A ello se suma, y muy desgraciadamente, la inclusión de los menores como objeto de tales obsesiones. El natural ejercicio del magisterio de la Iglesia que lleva a ocuparse profesionalmente de la educación de forma extensa desde multiples y prestigosas instituciones de enseñanza, se ve entreverado de experiencias de pederastia extensa. Los de “dejar que los niños se acerquen a mi” queria decir otra cosa, obviamente mal interpretada en una miríada de desgraciadas circunstancias. Y todo esto vergonzantemente soslayado hasta hace poco por las altas instancias de la jerarquía vaticana.
Desde la inexcusable defensa de los derechos de los niños sólo podemos pedirle a esa institución y modestamente que, como se dice en catalán: que se lo hagan mirar. Si no son capaces de explicárselo a ellos mismos y a los demás, que recurran a ayuda experta.
X. Allué (Editor)