No hace falta ser Josep Plá para observar los apabullantes fastos permanentes de Artur Mas y la Generalidad, desfiles, homenajes, viajes, creación de embajadas y estructuras de gran Estado, para preguntarse como el sabio escritor ampurdanés al llegar a Nueva York y verla tan iluminada de noche como de día, “Y esto, ¿quién lo paga?”
Pues estos gastos imperiales, dignos de Napoleón, que dejarán síndrome de abstinencia tras el patrioterismo inyectado en vena, y ni una sola obra como las de los JJ.OO., la pagan los catalanes, pero también todos los españoles, como aquel espectáculo mundial de 1992.
Vista la situación de la Cataluña real, tapada por tanta fiesta patriótica de propaganda y autoengaño, la pregunta pertinente sería “Y esto, ¿a quién mata?”
La región española más rica del siglo XX, con enorme diferencia sobre las demás, incluyendo el degradado Madrid del franquismo, está ya en cuarto lugar en riqueza (País Vasco, Navarra y Madrid, antes), con 1,2 puntos más de desempleo que la actual comunidad madrileña y con 2.249 euros de PIB per cápita menos.
La decadencia frente al País Vasco, donde el nacionalismo ha influido menos negativamente en las empresas, ha sido creciente también en las tres últimas décadas, porque los fastos y las chisteras floreadas hay que pagarlas con mil impuestos que no invitan a invertir allí y que mantienen una economía declinante.
Aparte del “Espanya en roba”, que es en realidad el sistema mafioso de las comisiones del tres al veinte por ciento, la calidad de vida va reduciéndose, en especial en la sanidad.
Los datos extraídos del INE apabullan y señalan que el nacionalismo mata: la tasa de mortalidad catalana es del 8,16 por ciento frente al 6,63 en Madrid, y la esperanza de vida es del 83,09 frente al 84,26, datos que revelan cómo ser abandona la atención a muchos miles de seres humanos.
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SALAS