Y hoy es día de Canarias: La fiesta de la Hipocresía. Porque aquí, en este archipiélago no hay la solidaridad de los regionalismos bien estructurados. Somos egoístas por definición: aquí cada uno barre para su isla y, a veces, barremos hasta para nuestro propio barrio. Los políticos hoy se vestirán con galas, esos voceros de la unidad y del pueblo único y rico, pleno de cultura y hambriento de gloria. ¡Necios! Sacarán la bandera tricolor, este único día del año. Luego a dormir doblada, bien doblada bajo las siete llaves, una por cada isla, otro año, otro más.
La patria Canaria no existe, y los canarios (en eso estoy de acuerdo con Miguel de Unamuno que nos caló al vuelo) somos isloteños de carácter aislotado, dos juegos lingüísitcos que definen a un personaje pendiente de lo suyo y deseando mal al otro para que su pequeña calle brille un par de fotones más que la del vecino. Hemos caído en la trampa de esos politicarras y periodisticastros que siempre han defendido su pequeña parcela de poder, la cual han construido alimentando la división, sin importarle para nada hacer crecer nuestro sentimiento regional. Me parece oírles decir: ¡Divide, y comerán migajas!
Sin embargo he de decir algo. Esta crisis que nos ahoga sobre todo aquí, donde sólo hay mar hacia donde correr, algo está cambiando. Lo digo porque de un tiempo a esta parte no oigo tanta monserga de "a ellos les dieron tanto y a mi cuanto", o "yo quiero esto porque a ellos le dieron aquello", o "¡cállate canarión!, ¡cállate tú chicharrero!". Ya no se oye tanto ignorante deseando mal al equipo deportivo rival. Quizás en la escasez crezca la solidaridad contra lo que se pueda pensar, y nos demos la vuelta y nos reviremos contra quienes nunca han pensado en nosotros unidos sino divididos, peleados. Quizás en la crisis esté esa tijera que también recorte la venda que hemos llevado en los ojos. Ya lo sé. Sé que soy un poco cándido en mis deseos, pero ¿por qué no soñar y creer? Siempre los hubo, soñadores también, como el gran Agustín Millares.
Canción de la calle.
La calle que tú me das
-calle ausente todavía-,
no será tuya ni mía.
Calle de todos será.
Por el momento no es más
que una canción encendida,
una estrella fugitiva
que soñamos alcanzar.
Por de pronto se nos va
de los ojos, como el día;
volando, como la vida,
sobre la tierra y el mar.
La calle que tú me das,
no será tuya ni mía.
Habrá de ser compartida.
Calle de todos será.