Revista Religión
Yo fui pajarillo herido
que se posó en tus regazos,
y sanó con la dulzura
de tus amorosos brazos.
Y hoy quiero ser para ti
un soplo de brisa fresca,
que al acariciar tu pelo
te diga, Pastora mía,
no sabes lo que te quiero.
Yo fui la oveja perdida
que encontraste en el aprisco,
y llevaste entre tus manos
hasta el redil de tu Risco.
Yo fui el almendro reseco
que cuidaste con tus manos,
y distes sombra y cobijo
bajo tu divino manto.
Yo fui aquel niño pequeño
que extasiado ante tu cara,
señalaba con el dedo
mientras tu nombre gritaba.
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