Todos los telediarios preocupados porque toda la familia real había ido a ver al infante Froilán, menos el rey. ¿Cuándo irá? se preguntaban algunos. Estará trabajando decían otros.
D. Juan Carlos de Borbón y Borbón estaba muy atareado. Tenía cosas más importantes que ir a ver a su nieto. A ese nieto que dicen que quiere tanto. El nieto mayor. El gran rey de las Españas Imperiales estaba cazando elefantes.
El rey cumpliendo su función principal: cazar elefantes
Mira por donde la caza –que ya le había jugado malas pasadas en otras épocas, recordemos cuando en Rusia mató a un oso borracho— le ha descubierto. Y no, no estaba hablando con la Kischner para arreglar lo de Repsol, tampoco estaba recibiendo a esos gerifaltes importantes que pasan a ponerse ciegos por la Zarzuela. No tenía que firmar documento alguno. Estaba de vacaciones, vamos como casi siempre.
Pero hombre –perdón, majestad— vaya rachita que lleva. Mire dónde pone los pies y la escopeta, que la próxima se va a romper la crisma, en vez de la cadera.
Lo de la caza debe llevarse en los genes, y así no es de extrañar que a los niños, aunque tengan trece años, les enseñen a disparar. Es inevitable. ¿Dónde se ha visto un rey o un miembro de la casa real que no sea cazador? Además, hay que mirar a lo alto. Un monarca no puede ser un simple cazador. Las liebres y los conejos son para los mindundis. Tiene que ser un cazador de caza mayor, ¡faltaría más! Y, ¿qué mayor que un elefante? Cazar elefantes es lo mínimo si se quiere ser un rey de verdad, un tipo duro, un macho real.
Además se va uno a Bostwana, que aquí no hay elefantes, y con el dinero de los contribuyentes –la cosa es baratita, sólo cuesta 37.000 euros, una miseria-- se pone uno a pegar tiros hasta decir basta, o hasta que se caiga. Esa es la labor de un rey. El pueblo que se joda y sufra la crisis que para eso no tiene sangre azul. Ya me gustaría saber cuánto ha supuesto el viaje real, puesto que ha tenido que ir un avión con equipo sanitario a traer al monarca deportista.