Revista Diario
No. No es que me haya puesto en contra de la Semana Mundial de la Lactancia Materna que estos días se celebra en España. Pero yo la he conmemorado de un modo un tanto extraño. Terminando con la lactancia de mi hija. Aunque casi tres años no es como para estar triste. Pero muchos sentimientos se agolpan ahora, después de tantos días, de tantas tomas, de tantos bonitos momentos. Sé que algún día tenía que terminar, y quien mejor que mi pequeña princesa para decidirlo. Aunque ella, como yo, se resistía a dejarlo, al final las últimas peticiones eran más una inercia que una demanda de verdad. Pero ella no está triste, lo ha dejado sin más. Ya sabía yo que, en contra de aquellas voces que vaticinaban una larga y pegajosa lactancia, mi hija no iba a seguir lactando hasta los 18 años. Sin embargo, un sentimiento de vacío convive con otro de satisfacción por el trabajo bien hecho. Sí. Me siento orgullosa como madre y feliz como persona. Porque le he dado a mi pequeña el mejor regalo de su vida y ella me ha obsequiado con la experiencia más maravillosa que un ser humano puede experimentar. Alimentar con tu propio cuerpo, ver como un ser vivo crece sin ingerir nada más que lo que tú misma, sin saber como, sacas de tu interior. Alimentar y a la vez dar cariño, amor, calor, estima, vida. Ese vacío que tengo lo llenaré con los recuerdos de 18 largos meses de lactancia con mi hijo mayor y casi tres años con mi pequeña. No está nada mal. Y quien piense que un ser humano es capaz de aguantar tantísimo tiempo algo que algunos creen que es una pesadez, una esclavitud, un desgaste físico y emocional, una anulación de la persona, es que está muy equivocado. La lactancia materna es todo lo contrario. Al menos para mí así lo ha sido.