Algunas veces me gusta
esperar unos días después de cualquier hecho relevante porque ya se encarga la
troupe periodística -como es lógico- de saturarnos con sus noticias diagnóstico
-en su mayor parte, más reflejo de sus deseos que otra cosa- , dado que la
prensa de los últimos años parece que dejó de lado su labor de información en
aras de esa fiebre de opinión sembrada por las tertulias de las que cualquier
medio de los que ahora imperan -radio o televisión- está surtido a casi
cualquier hora de su parrilla -la prensa escrita va de capa caída, al tiempo
que la afición lectora cae en picado y casi se limita al titular, muchas veces
contradictorio con el artículo en sí-.
Por eso preferí esperar al
primer martes después del segundo lunes de Noviembre para dejar mis
reflexiones sobre el inesperado -para muchos- triunfo de Donald Trump en las
elecciones de Estados Unidos sin dejarme llevar por la alegría que, confieso, me
dio la larga noche de ‘insomnio’ del día 8.
Me explicaré antes de que
algunos me “crucifiquen” por alegrarme de la victoria del “pintoresco” candidato
republicano. Y ahí está precisamente la explicación de mi “alegría”. No es que
yo esperase la victoria de Trump a la vista de la inmensa mayoría de las
encuestas -me pregunto cómo esa pléyade de vendedores de humo sigue
sobreviviendo sin dar ni una a derechas (ni a izquierdas, claro) a uno y otro
lado del charco-, ni conozco tan bien al pueblo americano, pero sí que
prefería, de todas, todas, el triunfo republicano sobre el demócrata, para
empezar, por principios y, sobre todo, después de los dos mandatos de Obama y
la no deseable continuidad de sus políticas con la Sra. Clinton, que llegaba
con más sombras que luces, sin olvidar las “hazañas” del consorte.
Esa gran mayoría de
augures que vaticinaba el triunfo de Clinton se fundamentaba, en gran parte, en
lo dicho por Donald Trump durante su campaña, que sonaba a xenófobo –luchar
contra la inmigración ilegal-, nacionalista -hacer USA grande de nuevo-,
populista –bajar impuestos- y no sé cuantas otras “bondades” más. Parece como
si esa gran mayoría de tertulianos españoles, que aplaudían a Dª Hilaria, hubieran
olvidado aquella máxima que dejó para la posteridad el que para la izquierda fue
el mejor Alcalde de Madrid, don Enrique Tierno Galván, conocido como “el
viejo profesor”, cuando dijo eso de “las promesas electorales se hacen para
no cumplirlas” –algo que aquí cundió entre propios y extraños-y cuyas “obras” más destacadas fueron,
institucionalizar la droga y el botellón, al llamar a la juventud a “colocarse”
-no en el campo laboral, precisamente- después de un pregón: “Rockeros, el que
no esté colocado, que se coloque… y al loro”, además de dejarnos para los restos
a su discípulo aventajado, el Sr. Bono, ese que tenía los “bolsillos de
cristal”, pero que dejó de explicarnos en sus memorias cómo se puede hacer uno
mil millonario -en pesetas, claro, pero muchas- con el “modesto” sueldo de un
político.
Volviendo al, ya
Presidente, Sr. Trump, yo celebro esas tres “blasfemias” que citaba antes,
acabar con la inmigración ilegal, mirar por su país y bajar impuestos –que
tanta falta nos harían en España-, aparte de estar también de acuerdo con una
de sus primeras frase tras ser elegido “Mi gobierno estará junto a los
católicos, impulsando valores que compartimos como cristianos”, o reconociendo
que "Los católicos son una parte importante de la historia de Estados
Unidos. Estados Unidos se ha fortalecido con católicos que trabajan duro” y
declarándose defensor de la vida: "Soy y seré próvida” –él tiene cinco hijos
(aunque sean de tres matrimonios, pero ese es otro tema)-.
Otra de las cosas que
hemos venido escuchando durante la campaña, fue la terrible vejación para las
mujeres, que suponían algunas palabras del candidato republicano -dichas hace
bastantes años y sin duda deplorables-, pero resultó que más del 42% de las
mujeres –más del 50% en el caso de las de raza blanca- lo votaron, ¿masoquistas
todas, que aceptan la supuesta misoginia de Mr. Trump? Lo dudo.
Las antes citadas
encuestas nos fueron vendiendo, día sí y día también, la victoria de Clinton
por seis puntos o más, hasta que el asunto de los más de 35.000 correos de la
candidata demócrata que el FBI destapaba–después descartados-, “igualaron” las
posibilidades, repitiendo hasta la saciedad que nos encontrábamos ante un
“empate técnico” –nunca entenderé por qué los periodistas emplean con tanta
ligereza esa palabra, ‘técnico’, lo mismo que ‘ingeniería’ en finanzas,
sociología y otras áreas ajenas a los mismos, pero ya hablaré de eso-.Lo que ha pasado casi desapercibido, o cuando
menos, poco destacado, es que la victoria de Trump ha sido aplastante, 306
votos electorales frente a los 232 de su oponente, además de mayoría en la
Cámara de Representantes y en el Senado, es decir, victoria sin paliativo,
aunque el voto popular fuese un poco mayor -47’8% frente al 47’3%- para la Sra.
Clinton.
Quiero resaltar también
algunas de las cosas que me producen sana envidia de estas elecciones, y del
pueblo norteamericano en general, que se repite allí cada cuatro años. Para
empezar la ‘deportividad’ del perdedor, aunque tardía, y la primera frase del
vencedor: “Seré el presidente para todos los estadounidenses” –y no es allí una
simple frase para la galería-. ¿Recordamos el “No es No” del perdedor español, mantenido
hasta después de ‘muerto’?
No menos destacable y que
también produce envidia es que se celebrara la primera reunión con Obama en
menos de 24 horas y la declaración de colaboración en el traspaso de funciones
como premisa de que lo que prima es la Nación. También, lo que se va sabiendo
sobre los primeros nombres que formarán el equipo de Gobierno, con Mike Pence
como Vicepresidente -57 años-, de contrastada experiencia como Gobernador de
Indiana, sobre todo en materia de impuestos y empleo, así como su compromiso de
“nombrar jueces para el Tribunal Supremo que interpreten estrictamente
la Constitución en vez de legislar desde el estrado, como Clarence Thomas -68
años- o el difunto y querido gran pensador y jurista católico Antonin
Scalia", éste último importante con Ronald Reagan.
Quiero resaltar con ello
la importancia que el nuevo Presidente da a la veteranía y experiencia –algo
que en los Estados Unidos y países serios ocurre en general-, al buscar siempre
a gente preparada y contrastada dentro del sector público o privado, al
contrario de lo que vemos a diario en nuestra España, donde la “juventud mejor
preparada de nuestra historia” se erige como única con derecho a dirigir los
destinos de la sociedad. Recordemos aquello de “Esto sólo lo pueden arreglar
los nacidos después de 1978” que soltó el “experto” Albert Rivera o el “reconocimiento
a los mayores” de algunos de los no menos “expertos” líderes de Podemos: “El
problema de las pensiones se resuelve acabando con los abuelos”. Mientras, en
Estados Unidos, dos abuelos muy curtidos, uno del sector público y otro del
sector privado, se disputaron la presidencia del país que rige los destinos del
mundo. ¿Alguien duda de por qué, entre otras cosas, EEUU es el primero y España
está donde está? Eso sí, aquí se vive como en ningún sitio, pese a todo. Como
decía el Canciller von Bismarck: “La nación más fuerte es, sin duda, España.
Lleva siglos intentando autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que
dejen de intentarlo volverán a ser la vanguardia del mundo”.
En fin, en mi opinión, sea
bien venido el nuevo Presidente de los EE. UU. y, como ha dicho el Prefecto de
la Secretaría de Comunicación de El Vaticano, Darío E. Vigano: “habrá que ver
al Donald Trump presidente” para poder enjuiciar la actuación del nuevo mandatario
estadounidense”, pero -añado- apunta bien. Algo que, en nuestra querida España,
donde el prejuicio -en los medios o en la calle- y el sectarismo partidista se
imponen al interés general y al sentido de Estado, parece imposible.
Revista Política
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