Pasan las semanas, y te falta tiempo. A tus semanas le faltan días, y a tus días horas de más. No ves más allá que la insípida pantalla del ordenador, casi como si de tu cabeza se tratase (porque quizás tengan razón, y la cabeza se me esté empezando a quedar cuadrada). Los trabajos, a medida que pasan los días, se multiplican. Y no se de dónde salen, porque la verdad es que ni yo misma me aclaro mucho, pero salen, ya lo creo que salen.
Y llegan cosas nuevas a tu vida, situaciones, personas, momentos… ¡y ahí estás tú, viendo la vida pasar! No vayas a mover ficha, no vaya a ser que pierdas todo aquello que se ha ido. Tú, a lo tuyo, como siempre. ¬¬
Y piensas… ¿Habré perdido práctica en la vida, en general?
¡Alto el fuego! Aquí nadie ha perdido nada, sólo han quedado en el olvido todos los métodos que hacían que pensaras un poco más en ti y un poco menos en los demás. Egoísmo, lo llaman algunos. Yo prefiero llamarlo amor propio.
Y un día lo haces. Te olvidas. Y mandas ese WhatsApp que tanto te dio la vida. Y contestas. Y no pasa nada. Total, aquí estás, con más daños que años, plantándole cara a la vida.
Empiezas a apreciar, aún más de lo que lo hacías, los días de lluvia por la ventana. Y te relaja, te sientes a salvo, en calma. Porque he de decir que siempre supe que las tormentas traían muchas cosas buenas, pero nunca pensé que tantas. Jamás pude imaginar que el sonido de las gotas al caer pudieran provocar el mí la mayor de las sonrisas. Pero sí.
Y lo oyes, y qué bien te sientes cuando cae…