En mi cabeza suena “Una calle de París”, de Duncan Dhu, justo antes de quedarme dormida y en mi mente se dibuja el balcón de una casa de la Barceloneta. De repente, caigo en la cuenta de que la primera vez que escuché esa canción aún no había visitado París, desconocía por completo cómo era una calle de la capital francesa, así que supongo que mi mente se trasladaba a lo conocido, pero a la vez algo extraño. Porque yo no conocía mucho Barcelona, mis padres me llevaban dos o tres veces al año para visitar a mis tíos. Ir a Barcelona un domingo era un acontecimiento importante.
Así que, al irme a dormir, visualizo ese balcón, con la bombona de gas naranja en una esquina, la persiana tapando la luz del sol hasta la baranda, el suelo de baldosines color teja, la calle estrecha, los balcones casi besando los de sus vecinos.
Cuando hablo con ella, me siento bien. Ahora hay que tratarla un poco como a una niña pequeña, pero si la escuchas y no le llevas la contraria, sientes una ternura que te llena. Estoy muy cerca de ella, de su cara, los surcos de sus arrugas son profundos y se cruzan en líneas secantes, también perpendiculares, parecen hendiduras en el pavimento, en un suelo antiguo por donde circulaban carros en tiempos de los romanos.
Me habla de cuando murió su marido, cuando el albañil quiso engañarla y cobrarle de nuevo una factura que ya estaba pagada. Suerte que mi abuelo era organizado y guardaba todos los recibos en una carpeta. Le pregunto si se divierte con nosotros y me mira extrañada como diciendo “¿Qué clase de pregunta es esa?”.
-Pues claro, sois mi familia, yo me lo paso muy bien con mi familia.
Le enseño la novela que me estoy leyendo, es de Almudena Grandes. Recuerdo lo mucho que te gustó esa autora cuando te la recomendé.
-Este libro lo tengo yo -me dice mi abuela, señalando la portada. Sé a cuál se refiere, Los besos en el pan, no es el mismo, pero recuerdo la portada. En él también aparece el retrato de una chica con pecas. Aquel día, te fui a buscar a la estación de buses en coche, hacía mucho frío. Me encantaba verte antes de que llegases a casa con todos para podernos abrazar, besar, decirnos todo lo que no nos habíamos dicho durante la semana, mirarnos a los ojos. “Qué guapo”, pensaba siempre que te veía. Traías un regalo para mí, siempre sabías cómo sorprenderme. Llevabas las manos detrás de la espalda, estabas en el asiento del copiloto, lo recuerdo perfectamente.
-¿Derecha o izquierda? -me preguntaste.
-¿Qué es?
-¿Derecha o izquierda? -repetiste.
-Mmm… izquierda.
Descubriste lo que escondías en la espalda, tenía forma de libro, lo desenvolví y era la novela de Almudena Grandes. Recuerdo ese momento con mucho cariño.
Esa noche, después de mucho tiempo, sueño contigo. Estamos estirados en una toalla en la hierba, el pasto que dirías tú. Nos miramos intensamente, están muy cercas nuestras cabezas. Intentas besarme y yo al principio me aparto un poco, no quiero que me hagas daño, pero no soy capaz de negarme lo que siento, te beso la segunda vez que acercas tus labios a los míos. Y siento que, después de tanto tiempo, al menos te puedo ver en sueños, y son tan reales que con eso me conformo porque he saboreado tus besos y he sentido tu olor, olor a casa, olor a Hildesheim.

