Supone Bayard que es necesario hablar de libros aun cuando no se hayan leído, es decir, estima la hipocresía y le otorga un valor creativo que aunque obvio, no deja de ser absurdo. Claro que la mentira y la hipocresía son imaginativas. Todo niño mentiroso es un creador, eso lo sabemos los adultos y lo disfrutamos dentro de ciertos límites. El niño que abre un libro sin saber leer tiende a crear su propia historia, que va narrando en voz alta a medida que pasa las páginas. No sé porqué Bayard no pensó en este ejemplo, hubiera mejorado su argumentación.Es errado el supuesto según el cual debemos hablar de los libros, incluso de los que no hemos leído. Esa situación solo cabe a los pretensiosos que buscan reconocimiento social y cultural, casi siempre profesores y escritores, no a los genuinos lectores que sólo buscan la belleza y la felicidad en sus lecturas. Ningún lector de verdad quiere leerlo todo, ni saberlo todo, ni fungir de sabio, solo quiere gozar de un espacio en el cual se encuentre consigo mismo a partir precisamente de la lectura que ha escogido. Eso es todo.El manual de Bayard es tan solo útil en términos sociales tal como puede serlo un manual de protocolo y etiqueta. Y quizá aquí estribe lo peor de este libro, en que mientras el desprevenido lector supone que el título es un juego, el autor lo formula absolutamente en serio.Decir que el libro no existe más allá de la mente del lector, o del no lector, es una obviedad que nadie querrá refutar, al igual que aquella otra según la cual el libro se inscribe en un conjunto de libros que forman parte de la tradición y la cultura, o que todo lo que leemos esta condenado al olvido. Meros lugares comunes que Bayard pretende mostrar de manera ampulosa y compleja: "la idea de la lectura como pérdida antes que como ganancia es un mecanismo psicológico esencial para quien pretenda definir estrategias eficaces a la hora de sortear las situaciones penosas a las que nos confronta la existencia…".Así que o Bayard nos cree unos cretinos o tiene un formidable sentido autocritico que su psicoanalista le ha ordenado haga público, pues no de otra forma puede entenderse esta publicación.Tal vez no ha querido enterarse: leemos porque nos gusta, porque buscamos algo sublime y hermoso, porque queremos estar un poco en silencio y huir del ruido que hoy en día nos agobia, y en ocasiones, incluso, para conversar. El resto es palabrería insulsa, y desagradables pretensiones sociales. (pfa)