Revista Sociedad

¿Y qué hay con los valores?

Publicado el 04 diciembre 2018 por Tomarlapalabra

¿Y qué hay con los valores?

Por Luis Cino

Que hay una crisis de valores es una afirmación recurrente en Cuba. Eso no se discute. En lo que se difiere es en las causas del problema y en el modo de solucionarlo. Y no es para menos.

En Cuba, luego del triunfo de la revolución, los valores se largaron. Se los llevaron con ellos los burgueses, cuando se lo confiscaron todo y los echaron a patadas de sus propiedades, de sus casas y del país.

Los vencedores se quedaron con todo, excepto con los valores de los vencidos. No les interesaban, les repugnaban y parecían obsoletos los usos y costumbres de la clase social derrotada.

Los jefes revolucionarios, que presumían de su falta de distinción, creyeron que para que una sociedad funcionara bastaba la voluntad, las armas, las consignas, los aplausos y unas cuantas leyes que beneficiaran a los paupérrimos.

Pero la solución que usaron con los centrales azucareros y las fábricas resultó imposible aplicarla en el caso de los valores: no se pudieron sustituir con piezas importadas de la Unión Soviética.

Los valores no eran burgueses, eran simplemente valores. Ahora es muy difícil traerlos de vuelta con apellidos –revolucionarios, proletarios, socialistas- que no funcionan, y menos a fuerza de multas y decretos.

Escucho los regaños de los mandamases a este pueblo chusma e indisciplinado y me pregunto cómo rayos se las arreglarán para meternos en cintura y adecentarnos luego que casi todo –excepto la represión- se les ha ido de la mano. Más fácil les será instaurar el capitalismo de estado y partido único que se proponen que conseguir el regreso de los valores y las buenas costumbres por las que ahora claman.

A los mandamases no les interesa demasiado el asunto, a no ser para que no demos tan mala imagen al exterior. Lo que más les interesaba, convertirnos en una masa sumisa y fácilmente manipulable, lo consiguieron hace mucho y con resultados sobresalientes.

Últimamente, de mala gana y repitiendo el mantra en el que ya nadie cree de que la revolución es por y para los humildes y no los dejará abandonados, se empieza a reconocer oficialmente –porque ya no se puede ocultar la brecha, es demasiado evidente- el ahondamiento de las diferencias sociales.

A menudo, periodistas oficialistas e intelectuales orgánicos del régimen lamentan que sean los pobres diablos con un poco de dinero a los que llaman “nuevos ricos” los que dicten las pautas estéticas y éticas de la sociedad cubana.

¿Acaso nos iba mejor y éramos mejores personas cuando comíamos y vestíamos por la libreta, vivíamos como se podía de un salario, no decíamos ni ji y era solo la elite gobernante, la que disponía de privilegios insultantes que disimulaba detrás de las rejas de sus mansiones climatizadas, sus villas de recreo y sus cotos de caza, la que dictaba esas pautas?

En esta nave sin rumbo que es la sociedad cubana en los tiempos del pos-fidelismo, se enfrenta a la artificial y traída por los pelos cultura oficial, la cultura de la Coca-Cola y la cultura de la chispa de tren. Y con tantas culturas enfrentadas, ha triunfado la incultura. Se impusieron el mal gusto, la marginalidad y la chabacanería.

¡Pobre del que sea medianamente digno y decente, tenga dos dedos de frente y piense con cabeza propia! Si no se adapta a vivir en la cochambre, perecerá. Así de simple.

Después del Período Especial, sin que se produjera la caída del régimen socialista, se entronizaron en nuestra sociedad los males que usualmente se le achacan al capitalismo salvaje: el culto al dinero, el egoísmo, la falta de solidaridad. La sociedad cubana se hizo más cruel. Por partida doble. A la crueldad inherente a las dictaduras se sumó la crueldad del dinero. ¡Ay de los que no tengan! Con ellos serán todos los infortunios.

La pacotilla, la vulgaridad y el egoísmo se han impuesto. Se agotó la solidaridad de la que presumíamos. Si lo poquísimo que hay no alcanza y cada vez es menos y más caro, ¿con qué vamos a ser solidarios?

Es el sálvese el que pueda, y que cada cual se las arregle… Y se las arreglan. Hoy, los triunfadores de este torneo que se nos ha vuelto la vida, además de los privilegiados de la elite, son los dueños de timbiriches y paladares, los que alquilan habitaciones a turistas, los tarimeros que ponen por las nubes los precios de los frijoles y las viandas y que no fían hoy ni mañana tampoco, los desmerengados que chulean a sus parientes de Miami de los que antes no querían saber porque así lo orientaba el Partido, los funcionarios e inspectores chantajistas que se dejan sobornar, los policías convertidos en proxenetas, los luchadores que ya no son ladrones, las jineteras, que ya no son putas porque en sus afanes por un marido extranjero y una visa, también pasaron a ser luchadoras…

Los mandamases castristas, por mucho que regañen, multen y castiguen, no hallarán el antídoto contra la pudrición. Tampoco lograrán recuperar los valores perdidos. Aquellas aguas revolucionarias trajeron este espeso y maloliente fango de la post-revolución.
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