Revista Cocina

¿Y qué pasa con las plantas?

Por Luistovar

¿Y qué pasa con las plantas?
Suele ocurrir muy a menudo cuando se debate la moralidad acerca de nuestra relación moral con los demás animales, que aparezca mencionado el tema de las plantas. Algunas personas afirman que si en efecto debemos respetar a los demás animales, del mismo modo que queremos nosotros ser respetados (empezando por no usarles como nuestra propiedad o recursos) entonces debemos aplicar el mismo criterio para los vegetales en general. Para llegar a esta conclusión se suelen esgrimir tres argumentos: 1) las plantas son seres vivos; 2) las plantas forman parte de la naturaleza; 3) las plantan tienen capacidad de sentir. Como veremos a continuación, estos argumentos son irrelevantes o falsos, según sea el caso.
Los dos primeros argumentos son realmente fáciles de evidenciar como inválidos. La cuestión es: ¿por qué el simple hecho de que un ser esté vivo, o forme parte de la naturaleza, debería valer por sí mismo para que lo incluyamos en nuestra consideración moral? Lo cierto es que no existe ningún argumento que justifique que la vida, o el hecho de formar parte de la naturaleza, sean características moralmente relevantes. Y si no existe ninguna razón que nos explique por qué la vida o la naturaleza deben ser moralmente consideradas por sí mismas entonces no puede haber ningún tipo de planteamiento racional al respecto.
Dejando de lado el hecho de que conceptos como vida y naturaleza son controvertidos, y no existe un consenso definitivo de lo que significan ni siquiera a nivel científico, el punto central es que la razón por la que existe la ética no tiene que ver con el hecho de que estemos vivos o de que seamos parte de un ecosistema. La ética tiene que ver con el hecho de que tenemos intereses. Y si tenemos intereses es debido a que tenemos la capacidad de sentir. Esto sí es el hecho moralmente relevante. El hecho de que experimentamos sensaciones (percepciones subjetivas), de que tenemos deseos y preferencias. Todas las diferentes teorías éticas, por mucho que se diferencien entre ellas, siempre apelan de un modo u otro a los intereses de los individuos.
Considero que el biocentrismo, o el también denominado ecologismo profundo, es una postura irracional. Porque la vida no es un criterio racional para determinar la consideración moral, ya que la ética es por definición la consideración y protección de intereses. La naturaleza no tiene intereses. Para tener intereses es necesario poder sentir. Un interés es una disposición de ánimo inclinada a satisfacer un objetivo concreto. Los únicos seres que tienen intereses son los individuos con capacidad de sentir.
Por lo tanto, la diferencia moralmente relevante entre nosotros, los animales sintientes, y las plantas está en la sintiencia. Los seres sintientes somos seres conscientes, con una mente, que tenemos deseos, preferencias e intereses. Aunque pueden existir diferencias en la forma de sentir. Por ejemplo, nosotros los humanos dependemos mucho de nuestro sentido de la vista, mientras que otros animales son casi ciegos y perciben el mundo sensorialmente a través del olor o del sonido. Pero estas diferencias no son relevantes. Todos igualmente sentimos, experimentamos sensaciones, y tenemos los mismos intereses básicos. Intereses como el deseo de vivir y de disfrutar, así como el interés en evitar el daño, y la muerte.
Así que existe una diferencia cualitativa muy notable entre animales y plantas. Los animales, que poseen sistema nervioso activo, son seres que sienten. Mientras que las plantas pueden estar vivas, pero no sienten. Las plantas carecen de la capacidad de sentir. No tienen neuronas ni poseen sistema nervioso, ni ningún órgano similar que pueda ejercer la función de sentir. Está más allá de cualquier posibilidad racional  plantear que las plantas puedan sentir. Simplemente no existe ningún tipo de prueba, evidencia o argumento que apunte en este sentido. Suponer que las plantas pueden sentir no es más razonable que suponer que el agua o las piedras pueden sentir.
Es cierto que una planta puede responder a estímulos y puede moverse. Pero esto no es prueba ni sinónimo de la capacidad de sentir. Las máquinas artificiales que construimos también pueden responder a estímulos y moverse, pero esto no implica que puedan sentir. Sentir es un fenómeno peculiar que significa la facultad de experimentar sensaciones y la aparición de la consciencia. Las sensaciones son la base de los deseos y los intereses. Pero las plantas no tienen intereses. Para tener intereses es necesario tener la capacidad de sentir. Interés es sinónimo de deseo, y para desear tiene que haber alguien que desee algo. Pero las plantas no son alguien; no tienen la capacidad de experimentar sensaciones y por lo tanto carecen de conciencia o autoconciencia.
No existe ninguna evidencia comprobada de que las plantas posean un sistema nervioso ni nada que se le parezca remotamente. Es cierto que las plantas actúan mecánicamente para conseguir alimento (luz, agua, minerales,..) y por eso algunos científicos han querido atribuirles inteligencia, pero esto no implica que tengan la capacidad de sentir. El simple hecho de que un elemento reaccione ante estímulos no significa que sienta. El agua también reacciona moviéndose al calor y al frío; pero el agua no siente. El termostato (calefacción) de los edificios también reacciona ante los cambios de temperatura, pero los termostatos no sienten. Las plantas reaccionan ante estímulos (esto se se llama tropismos) pero no experimentan sensaciones. 
Por lo tanto, no hay ninguna razón por la que debamos respetar a las plantas por sí mismas. Sólo los seres que sienten merecen consideración moral porque son los únicos que poseen intereses. Ésta es la razón por la que no sería moralmente aceptable explotarles, es decir, tratarles como nuestra propiedad, como meros recursos para alcanzar nuestros fines, sin tener en cuenta su consentimiento ni sus propios intereses. 
Alguien puede por este motivo acusarnos de estar discriminando a los vegetales - por sí mismos - de nuestra consideración moral. Y efectivamente así es. Pero, como hemos visto, esto no tiene nada de incorrecto. El problema es que el término discriminación tiene una injustificada connotación negativa. Hay discriminaciones que son moralmente correctas y hay otras que no. 
Ahora bien, comprender que las plantas no son seres que merezcan consideración por sí mismos, no significa que estemos libres de cualquier tipo de obligación moral respecto de las plantas. Es decir, esto no implica que siempre esté bien hacer lo que nos venga en gana con un vegetal. Por ejemplo, si vemos un árbol en el bosque y queremos talarlo debemos tener en cuenta que en ese árbol pueden estar viviendo otros animales. Nuestros acciones pueden afectar perjudicialmente a otros seres sintientes.
Si debemos respetar a un árbol (o cualquier otro elemento natural no sintiente), no es por el árbol mismo, sino por lo que ese árbol signifique para otros animales en relación a sus intereses. Los animales sintientes tienen intereses y deben ser respetados como individuos con derechos, puesto que son seres que tienen un valor inherente, por encima de cualquier valor instrumental que puedan tener.  En cambio, las plantas no sienten ni tienen intereses, por lo que sólo importan en tanto sean importantes para los intereses de los animales. Éste sería el enfoque correcto para poder asumir el ecologismo desde una perspectiva vegana. 
La sintiencia por sí sola es el único requisito para que cualquier animal, sin importar su especie, sea moralmente considerado como persona. Si aplicamos la lógica a nuestra moral  tendremos que concluir necesariamente que la ética básica no permite que ninguna persona puede ser tratada como una cosa, como una propiedad o recurso. Es por esto que el veganismo es un imperativo moral, y una base necesaria para cualquier relación que establezcamos con otros animales.
Nadie razonable puede plantear seriamente que tratar a otros humanos como esclavos, o usarles como comida, es moralmente aceptable. No es aceptable no porque que sean humanos, sino debido a que son individuos que sienten y tienen voluntad e intereses propios. Si no nos dejamos cegar por el especismo entonces aplicaremos el mismo criterio para los demás animales sintientes, sin importar su especie.
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