Revista Cultura y Ocio

Y Samsa colgó la toga

Por Lavoragine @delavoragine

Permitidme que os tutee. Esa es una de las frases que solía decirle a mis clientes cuando los recibía en mi despacho y se sentaban en las ostentosas sillas que tenía frente a mí durante la jornada diaria de nueve o diez horas. Con ello conseguía que se relajaran un poco ante la perspectiva de contarle sus problemas a un desconocido cuya más palpable carta de presentación era un cartel en la puerta de entrada. "Coste de la consulta: 40 €".

Soy un abogado arrepentido. Orgulloso, aunque arrepentido. Pero como decía, tuteémonos. Es una de las razones por las que ahora me encuentro escribiendo estas líneas. Despojarme de formalismos inapropiados. Dejar a un lado la corbata de julio, esa que nunca parece estar suficientemente aflojada. Alejarme, poco a poco, de los fríos pasillos del juzgado de guardia. Crear una comunicación más directa con el que escucha. Hacer del suave tictac del teclado una forma de vida. Dedicarme a la redacción para sobrevivir a la abogacía.

Una inusual carrera en Derecho

Y Samsa colgó la toga¿Un poco perdidos con la historia? Dejadme que rebobine. Fue en 2001 cuando pisé por primera vez la universidad dispuesto a comerme el mundo. Doble licenciatura en Derecho y Administración y Dirección de Empresas. Un título demasiado largo para una mente quizás demasiado propensa a la metamorfosis y al desafío. Así que, al poco tiempo, me quedé con Derecho y me obsesioné con las humanidades.

Entre tanto, en esos años de clases universitarias, de cervezas de temporada y de cafés a medianoche, me dio por escribir. Aclaro: me dio por escribir en serio.Esa afición por enlazar palabras y plasmarlas en un papel en blanco me viene de mucho antes. Pero fue allá por los veintipocos cuando esa pasión empezó a darme sus primeros frutos. Colaboraciones en algunas revistas, muchos y buenos comentarios en aquellas primeras bitácoras en Blogger o becas en algunas organizaciones como encargado de la comunicación escrita.

Os seré sincero: la parte que más me gustaba era la de redactar.

Y así, entre escrito y escrito, iba repasando leyes, contratos y los entresijos del procedimiento administrativo. Lo cierto es que, por más que yo me empeñaba en aclararlo, mis compañeros de fatigas universitarias nunca entendieron el porqué de mi elección.

Si tengo que confesar algo, os diría que en realidad, tampoco yo sabía exactamente por qué seguía estudiando Derecho. Si es que tendrías que cambiarte a Periodismo, escuchaba incesantemente cada vez que suspendía Derecho Internacional.

Al final me empeñé. En terminar Derecho. En terminar Humanidades. Y en seguir esa constante metamorfosis...

Abogado por casualidad

Es cierto que elegí estudiar Derecho. Pero realmente jamás me planteé ejercer como abogado. Eso llegó por casualidad. Literalmente. Un día, sentado yo en una de aquellas ostentosas sillas -sí, esas del principio-, el que sería mi futuro socio me planteo la posibilidad de acompañarle al otro lado de la mesa. "Necesito un socio. ¿Tú quieres ser abogado?", me dijo muy serio. "La verdad es que no. Pero me atrae la posibilidad de dirigir una empresa", le respondí, aún más serio.

Podría haberme hecho la propuesta mi mecánico de confianza y lo mismo hubiese acabado montando un taller de recauchutado de neumáticos, pero el caso es que, recién terminados mis estudios y de vuelta de la universidad, me vi involucrado en un proyecto jurídico que fue creciendo e ilusionando por igual hasta engullirme al cabo de cinco años.

Os seré sincero: la parte que más me gustaba era la de redactar. Todo: demandas, escritos al juzgado o cartas comerciales, pero también contenidos de la web, artículos de colaboración con revistas especializadas o publicaciones para las redes sociales. Y entonces, otra vez la casualidad en efervescencia, un amigo que se sentó en la ostentosa silla -la del principio - me dijo que eso que estaba haciendo era marketing de contenidos. Yo,al principio, lo miré desconcertado, y no terminé de creerle, pero algo de aquello se quedó rondando mi cabeza...

La metamorfosis

Y de esa manera, cinco años después de dar el "sí, quiero " al negocio legal, un profundo aburrimiento, una estresante desilusión y un voluntario ostracismo me hicieron plantear el divorcio. Del negocio e, incluso, de la profesión. Como si de un Gregor Samsa cualquiera estuviésemos hablando, un día amanecí insecto y decidí no acudir al despacho. Marketing de contenidos, me había dicho aquel amigo. ¿Y si intento hacer de esto mi profesión?

Y así fue cómo de la noche a la mañana-en realidad, el proceso duró varios meses- un abogado sentado frente a las ostentosas sillas pasó de entablar demandas a dedicarse a la redacción de contenidos. Copywriter, redactor freelance o redactor de contenidos, que me llaman ahora... El proceso no ha sido sencillo y en ocasiones uno se plantea muchas alternativas, pero cuando la pasión y la vocación ven, aunque sea a lo lejos, la posibilidad de unirse al quehacer diario, no hay nada que las detenga.

Un día amanecí insecto y decidí no acudir al despacho.

Siempre seré abogado, eso está claro. Y no veo mal en ello. De hecho, no le tengo rencor a esta profesión que, no obstante, sigue dándome algún bendito quebradero de cabeza cuando me plantean algún caso que me seduce profesionalmente. Pero la libertad de dedicarme al copy y a la investigación documental es un amanecer constante que recomiendo a todos y cada uno de los que disfrutan esta vocación.

Lo que queda del Samsa abogado

Tanto los estudios en Derecho como la posterior carrera profesional de abogado me han aportado experiencia en mi nueva aventura. Por una parte, estudiar algo tan denso y complejo potencia la habilidad de concreción y síntesis, fundamental a la hora de redactar. Por otra parte, en uno y otro empleo hay que tener muy claro el tono con el que debes hablar a tu interlocutor y qué tienes que contarle.

Del Samsa abogado queda mucho. Procedimientos pendientes y una placa de veinte por cuarenta en la puerta de mi oficina, fundamentalmente, pero también ciertas habilidades que, indudablemente, considero haber desarrollado durante aquellos años púberes en la facultad.

Gestionar proyectos desde el mismo momento de su gestación hasta su completo desarrollo. Aportar valor a esos proyectos Establecer objetivos reales y exigentes. Capacidad de aprendizaje. Curiosidad. Aun convertido en insecto, la esencia de Gregor Samsa después de su metamorfosis no ha cambiado tanto. Además, a mi favor juega el hecho de que mi familia sí me apoyara en todo momento...

Despojarme de formalismos inapropiados. Dejar a un lado la corbata de julio, esa que nunca parece estar suficientemente aflojada. Alejarme, poco a poco, de los fríos pasillos del juzgado de guardia.

A Vorágine le estoy agradecido. Porque, después de tantos años dedicado a esto -incluso sin saberlo-, de tantos proyectos gestados para beneficio de terceros y de tantos trabajos realizados desde el anonimato y tras la pantalla de grandes plataformas que ocultan al redactor hasta hacerlo insignificante, una agencia de grandes profesionales de Barcelona se fijó en mi currículum y decidieron hacerme formar parte de su pequeña gran familia.

Hasta aquí mi metamorfosis, que no puedo ni quiero asegurar que sea definitiva. Lo que sí puedo garantizar es mi voluntad de seguir escribiendo. El marketing de contenidos me ha abierto una puerta difícil de cerrar y se ha convertido en una nueva forma de vida basada en una vocación juvenil, profesión frustrada de por medio.

¿Un mensaje final? Perseguir los sueños no es tan tópico si lo tienes claro. Conseguirlos es sólo cuestión de confianza y tesón... Y tú, ¿lo tienes claro? Y Samsa colgó la toga

Volver a la Portada de Logo Paperblog