Hoy voy a anunciar un pensamiento.
Una reflexión docente. Una de mis últimas conclusiones.
Lo mío de hoy es un secreto a voces, una idea que nos ronda a muchos profesores, un algo que tiene de noséqué como contracultural. Un sinsentido, para muchos. Una duda, para otros. Una puerta entreabierta. Una posibilidad. Un noatreverse por si acaso. Una razón para ser un bichoraro. Una conversación oculta en la sala de profesores. Una sonrisa de soslayo. Una afirmación queda en la sesión de evaluación de dentro de dos semanas. Una oportunidad. Una posibilidad. Un grito de guerra. Un reto para la Inspección (des)educativa. Un moda en breve.
Atención.
¿Sí?
Los exámenes no sirven. Sí: los-e-xá-me-nes-no-sir-ven.
Obsoletos. Olvidados. Fuera de rango. Superados.
Hay, seguro, otras formas de evaluar, más acordes, que se atengan a habilidades, a capacidades, a las posibilidades de procesar información, a ser realistas en este momento de colonización de lo empresarial en la cosa educativa. Más por eso de trabajar en grupo, ser colaborativo, cooperativo lo llaman.
Y entonces, ante el próximo -enésimo- cambio educativo que viene, si a los docentes nos piden ser innovadores, mirar habilidades, capacidades, destrezas, ser en grupo... ¿A qué vienen pruebas externas de contenidos memorizables masticados en cómodas preguntas y subapartados?
Y es que alguien debería darse cuenta -lo de caer del guindo de antes- de que los profesores y los alumnos somos los que estamos en las aulas.
No los políticos.
Qué país.
Y ya me callo.