Imagino que lo mismo que el entendimiento tiene sus límites, las posibilidades de aprendizaje tampoco son infinitas. De hecho, por poner un ejemplo, en su época nadie más que Nietzsche pudo aprender lo suficiente para acabar superando la filosofía anterior. El aprendizaje, o la capacidad para aprender, tiene sus límites, sus fronteras, que naturalmente no son fijas e inamovibles, sino todo lo contrario, conforme el aprendiz va asimilando nuevos conocimientos dichas fronteras se amplían. Podría decirse que el conocimiento conlleva un aumento de nuestras posibilidades de conocimiento.Si el criterio para discernir las posibilidades de conocimiento es justamente la cuantía de conocimientos que un alumno pueda tener, no entiendo por qué forzosamente a los alumnos se les tiene que agrupar ateniéndose a su edad biológica. He tenido alumnos de 2º de la ESO que en clase me han planteado preguntas que solo algunos de 2º de Bachillerato han podido hacerme, y al revés, en estos cursos más elevados los hay que todavía no saben dotar de sentido a las oraciones. El problema se agrava cuando el profesor se encuentra con que a unos cuantos alumnos, los más aventajados, les resulta demasiado fácil la materia, pero a otros tantos los mismos contenidos se les hacen tediosos e incomprensibles. ¿Cómo es entonces posible atender a la diversidad, cuando ésta, lejos de ser una excepción, es la norma?, ¿cómo un solo profesor puede ser capaz de adecuar y equilibrar la exigencia que conlleva su especialidad a las posibilidades de aprendizaje de sus alumnos? Resulta que para ser buenos profesores deberíamos de ser capaces de desdoblarnos en tantos grupos de alumnos como posibilidades de aprendizaje hay en un mismo curso. La situación es la misma que si a un cirujano le obligáramos a intervenir en diferentes operaciones, unas más graves que otras, en una misma sesión. ¿No nos parecería una locura asistir a un hospital donde nos dijeran que a nuestro familiar le van a intervenir junto a otros veinte con diferentes sintomatologías? Lo que no entiendo es por qué sólo a unos pocos escandaliza la situación que actualmente se está viviendo en las aulas españolas. No podemos exigir a la Administración que cada alumno tenga su profesor, pero sí que el gasto se destine fundamentalmente a favorecer una educación basada en la atención a las posibilidades de aprendizaje de cada alumno y en la consideración y respeto de la labor docente. Os aseguro que la calidad de la docencia se incrementa sustancialmente si estamos ante un grupo de 10 ó 15 alumnos que si nos encontramos con 30 ó 35, y más todavía si entre esos 10 ó 15 alumnos no hay gran disparidad en cuanto a sus posibilidades de aprendizaje. Y no olvidemos que las posibilidades de aprendizaje de los alumnos dependen directamente del clima de trabajo con que se encuentra el profesor en las aulas, y no de tanto programa educativo de ampliación o refuerzo de materias. Quizá, gastando un poco más en lo que la mayoría de profesores demandamos, después habría que gastar menos en tratar de reducir o camuflar el fracaso escolar imperante en nuestro país.
Revista Filosofía
Quien aprende, se dota a sí mismo de talento -sólo que no es tan fácil aprender, y no es cosa de la mera voluntad, hay que poder aprender (Friedrich Nietzsche)