Mientras nosotros estamos encerrados, el mundo sigue moviéndose ahí fuera. Muchos árboles ya están abriendo sus hojas a la primavera, algunos pájaros ya se han marchado y otros han llegado y se afanan en construir sus nidos. Las lagartijas se desperezan aprovechando los rayos de sol que ya empiezan a calentar, las mariposas ya liban las flores tempranas y las hembras del zorro preparan la madriguera para el parto que se avecina. Los salmones ya están en el río y allí se quedaran, sin comer y reservando energías para el desove de diciembre.
Ninguno de ellos nos necesita para seguir su camino, nunca nos han necesitado. Es más, la mayoría agradecerán que estemos escondidos y no aparezcamos.
Y mientras todo esto ocurre, una pequeña partícula de menos de 200 nanómetros de tamaño, una simple cadena de ARN rodeada de una cápsula de proteínas, tan simple que ni siquiera podemos calificarla como un ser vivo, ha vuelto a bajarnos del pedestal al que nosotros mismos nos habíamos subido.
Nosotros, la "especie elegida", "la que ocupa el último escalón en la creación", estamos acojonados. Y nos sobran los motivos para estarlo.
Aquí os dejo un vídeo con unas cuantas imágenes de esos compañeros de viaje que como os comentaba, siguen a lo suyo, sin enterarse de nuestros problemas.