Ya os conté la semana pasada que este finde teníamos la boda de nuestros amigos Carmen y Manuel, los de la invitación de boda con un cuervo. Bueno, pues podría contaros lo de los huevos de dragón como marcasitios en las mesas, o que aparecieron con unas Converse en el cóctel, o que se tiraron al suelo para bailar "La cucaracha" al son de la charanga en la que el novio toca la trompeta... Pero en lugar de todo eso y el resto de cosas a lo Juego de Tronos que os podría contar, prefiero que sepáis algo que para mí fue toda una sorpresa y muy original: sus arras.
Carmen ya debía haber pensado en sus arras. Quizá me equivoco, pero ya por nuestra boda, Carmen quiso regalarlos unas arras. Le dijimos que como era civil no tenían sentido y, sin embargo, ahora me arrepiento. Si pusimos vídeos, el que nos casó fue un amigo y nuestras alianzas están grabadas con tipografías fantásticas qué hubiera importado que nos intercambiáramos unas arras, ¿no?
Las arras son 13 monedas que se pasan entre sí los cónyuges para simbolizar los bienes que van a compartir. Una moneda por cada mes de año y una extra para el prójimo.
Carmen y Manolo le pidieron al sacerdote utilizar sus propias arras, lo que ellos querían compartir, que lo de los bienes está muy bien, pero para eso hay que tenerlos, y él aceptó a modo de excepción, y nos hizo a todos partícipes de ese momento tan único y original.
Además, sólo anunció que no eran monedas, por lo que todos los invitados empezamos a preguntarnos los unos a los otros qué eran, e incluso a especular con la posibilidad de que fueran dados de jugar al rol.
Hoy sabemos que eran "charms" entre los que había un chupete y un babero, por ejemplo. Me parece encantador. Y real. Que se comparten muchas más cosas que el sueldo, oiga. Y sobre todo, me gustó porque eso sí que no lo había visto con estos ojitos.
Aunque sin duda el momento más emocionante fue verles bailar, en el que a una servidora se le escapó una lagrimilla, y además lo hicieron al son de Il maestro di violino, que no conocía.