A veces, no siempre, la vida se te desploma. Como por arte de inopia, ¡zas!… el capítulo se acaba sin que te haya dado tiempo a salir en una frase, un renglón. Nada. Riesgo de fama igual a cero. Y te enfadas con el guionista porque, sin duda, todo esto es una farsa. Aún hay vida entre bambalinas, pero el escenario ha hecho mutis a otros foros. ¿Y entonces? Entonces pataleas. Pataleas, sí. Lo haces con furia, dejando la marca de tus gomas en el parqué: que quede constancia. Tu esencia de ira plasmada en ese metro cuadrado de tierra firme que mañana pisarán otros. Quién sabe.
A veces, interesadamente, la vida te cierra puertas. Con un palmo de narices. El portazo es tan tremendo que te tiembla hasta la raíz. La misma raíz que endereza la columna vertebral. Te yergues intentando mantener el equilibrio, porque mantener la compostura es ya harina de otro costal. La impotencia protesta en tu labio inferior, que se duele sin rechistar: te muerdes la rabia con tantas ganas que rasgas ese pedazo de piel sensible.
A veces, las más, la vida te empuja. Cuando esto ocurre, solemos dar un pequeño traspiés. Algunos perdemos el equilibrio. O el norte. Otros caemos de bruces contra los huesos… Y tal es el desplome, tal la carga dolorosa, que nos pasamos días, meses, años o resto de vida esperando, náufragos, que alguien nos tire el salvavidas que nos ponga a flote. Pero ese barco, ese bote puede pasar de largo. O nosotros pasarnos en corto. Así las cosas, te quedas más tiempo de lo que pensabas en posición fetal, de manera que el reprís, el empuje de vida, lo dejamos caer como las lágrimas en la lluvia. Y se va. Se diluye… Se pereza.
Pero no todo está rumiado y bien atado. Con los años, aprendemos a destapar. A vomitar a dos carrillos. El run run machacón se esfuma. O te lo fumas… El caso es que desaparece. Entonces llega un siempre que juega a meterte mano. El de jamás de los jamases. El mismo siempre de siempre…
Siempre, la vida te aúpa. Lo hace en un trampolín. Saltas y divisas aquello que aquí no ves, pero que es tuyo. Y en cada brinco tienes que agarrarte el corazón con las dos manos, porque de distinguir todo, de tenerlo tan cerquita, el muy loco se acelera. ¡Quiere salirse del pecho! ¡Qué canalla…! Supongo que se derrocha. Yo también lo haría…
Siempre, la vida te reubica. Primero, pierdes el mapa… a veces hasta los papeles. (Life has a funny way of helping you out). Ahí te deja, en una sala oscura. Oscura de verdad…. Aunque antes de que tus ojos se acostumbren a ese invierno, la humedad y el frío se apagan para encender las cerillas del ingenio (siempre quise escribir esta frase). ¿Sabías que la crisis es un sacacorchos de lo que se teje dentro?
Siempre, la vida te aporta.
La frase que te cambia: concepto y forma.
El viaje que muta: la vidamorfosis.
El beso que lamiste en otros ojos.
Los labios que enrocaste con el alfil.
La luciérnaga en el lodo.
La canción de cuna para la resaca.
Y el cigarrillo que no enciendes porque ya has quemado la ciudad.
Cuando todo huele a chamusquina, cada pisada te acerca más a tu Ave Fénix.
Y entre esas cenizas, quizás sólo ahí y por ese instante, encuentres, desmayada, tu belleza.