Lamentablemente en los últimos tiempos he recibido la noticia de varias separaciones en mi círculo más o menos cercano. Ni que decir tiene que es siempre triste que te digan que algo tan bonito como que dos personas decidan emprender un proyecto de vida, fracasen en dicho cometido. En algunos de esos casos, la mayoría, la pareja no tenía hijos. A la pregunta, más o menos directa, del por qué de dicha separación, a menudo recibí como respuesta, que uno de los dos cónyuges no quería tener hijos o quería seguir viviendo la vida o una cosa era consecuencia de la otra.
También conozco a muchos padres que desde el mismo momento de conocer la noticia de estar esperando un hijo, avisan de que no van a cambiar sus rutinas, que seguirán haciendo lo mismo que hasta entonces. Por lo mismo, porque quieren seguir vivendo la vida (no sé por qué narices quieren cambiar su manera de vivir, por otro lado).
A la recíproca, cuando me atrevo a explicar que hace mucho tiempo que no voy al cine o a cenar a solas con mi marido, las miradas y comentarios van todos en la misma dirección. Condescendencia, incluso pena.
En serio, qué alguien me explique qué significa exactamente eso de vivir la vida. ¿Ir a la discoteca, a cenar, de viaje, a la peluquería? Sí, eso es vivir un tipo de vida. Para mí, vivir la vida ha sido experimentar cómo un ser vivo crecía dentro de mí fruto del amor hacia otra persona. Vivir la vida ha sido descubrir cómo se puede pasar una todo un día observando a un ser diminuto sin cansarse de mirarlo. Vivir la vida ha sido estremecerme con los abrazos y besos de mis hijos.
Sinceramente, entiendo que hay personas que no quieren tener hijos. Me parece muy respetable, de hecho, me parece totalmente respetable. Pero que no me digan que esas personas viven la vida y yo no.