Me parece innecesario recordar, a toro pasado, que las elecciones europeas siempre nos dejan sorpresas.
Todos ganan, unos porque sacan más que los demás, aunque no tanto como
esperaban, otros porque pierden menos de lo esperado o se hacen fuerte en
regiones en las que han sustituido a la misma sociedad civil y son casi de su
exclusiva propiedad, los demás porque logran algo en vez de nada que era el
punto de partida.En cualquier caso no
es sorprendente el auge de los populismos más extremos, si en el pasado se podía
elegir en situaciones similares a Ruiz Mateos, Jesús Gil o Cicciolina (¿se
acuerdan de esta estrella del porno metida a política?), en el presente la
tendencia mira más por quienes prometan ríos de leche y miel o un sueldo a
costa del estado a todo hijo de vecino. Es lo típico de las crisis, y en Europa
se impone cierto giro a la extrema derecha, mientras que en España, tal vez por
la historia reciente, se impone una extrema izquierda bolivariana cargada del
populismo más casposo, adjetivo que suelen usar mucho para referirse a otros.
¿Consecuencias? Páginas de análisis atinados y desatinados, personajes
mediáticos haciéndose un hueco en la constelación de las celebridades y, como
suele decirse, la constatación de un adagio, el populismo no da de comer más
que al que lo ejerce. Que los otros partidos tomen nota y, superando
tentaciones de hacer lo mismo, se atrevan a hacer lo que tienen que hacer. Nada
nuevo, otra vez.
Por cierto, ayer mientras programaba actividades con un par
de colaboradoras, salía el tema del poco tiempo, el estrés y la necesidad de un
merecido descanso que empezaba a hacerse patente. Lo curioso es que había leído
recientemente un artículo que expresaba la necesidad de cierto nivel de estrés
que nos provoque activación y nos mueva a lograr las metas. Suelo decir con
frecuencia que hay gente muy ocupada que tiene tiempo para todo y gente muy
desocupada que no tiene tiempo para nada. Se cumple aquella afirmación evangélica
de que el que entrega su vida la gana y el que la quiere conservar la pierde.
El artículo citado tenía como tremendo título el siguiente: “Y usted, ¿por qué no se suicida?”. La verdad es que llama la atención. La autora venía a
constatar que en estos tiempos de crisis aflora un concepto que suele ser
bastante técnico como es el de la resiliencia. En el ámbito de la psicología se
refiere a patrones de adaptación positiva en el contexto de riesgos o
adversidades significativas. Dicho de otro modo, la capacidad de adaptarse,
hacerse fuerte, comprometerse y salir adelante cuando aparecen graves problemas
en la vida de las personas y todo se vuelve incierto.
En los tiempos difíciles que corren para tantos, cada uno se
enfrenta a esas dificultades a la medida de su fortaleza interior y de los
valores que le dan sentido a su vida. Citaba la autora a Victor Frankl, que
tras vivir el horror de los campos de concentración nazis en primera persona,
elaboró una terapia en la que empezaba haciendo esa pregunta a sus pacientes:
¿Usted por qué no se suicida?, es decir,qué hay que le da sentido a su vida por encima de todo, especialmente en
esos momentos de dificultad cuando muchas cosas parecen carecer de importancia
y los obstáculos y el sufrimiento parecen insalvables. Encontrar ese deseo y
motivación es el punto de partida para empezar un proceso de construcción de
una persona resistente (quizá resiliente) a los problemas, con un objetivo
vital y un motor que le empuja a alcanzarlo. Es preciso que no nos quedemos estancados en
la cultura de la queja y que vayamos más allá.
Cuando el hombre encuentra un sentido a su vida, cuando
tiene un objetivo, una meta a la que desea llegar, no habrá obstáculos
suficientes para hacer que se detenga, aprenderá a sobrellevar las cargas, sean
físicas o emocionales.
F. Niestzsche afirmó: Quien tiene un por qué para
vivir es capaz de soportar casi cualquier cómo.