Al trabajo otra vezzzzz.
Se acabó lo que se daba. Ya estamos en septiembre y otra vez a la rutina. En el fondo se echa de menos. Debe ser que las vacaciones se inventaron para eso, para echar de menos la rutina. Somos inconformistas por naturaleza, al menos yo pretendo serlo siempre.
Todo esto lo digo porque a partir de hoy todos los informativos hablarán de la depresión post-vacacional. ME NIEGO. Son ganas de hundirnos en la miseria.
Me parece vergonzoso el término “depresión post-vacacional” porque una cosa es estar cabreada por volver a madrugar y otra cosa es coger una enfermedad (que la depresión es una enfermedad grave, no un concepto ni un estado de ánimo). Vamos a tomarnos esto con optimismo y pensar que podemos volver a la rutina porque la tenemos, y que no falte.
En estos días (y entre otras cosas gracias al Corte Inglés) me acuerdo siempre de la ilusión de volver al colegio después del verano (si, a mi me hacía ilusión, soy así). De los libros por estrenar recién forrados, de los cuadernos nuevos, los lápices, la goma de borrar (que nunca usaba porque no sé escribir a lápiz). Echar un vistazo a lo que ibas a aprender, encontrarte con las compañeras… y eso que estuve en colegio de monjas, a día de hoy me sigue dando mucho miedito cruzarme una monja por la calle. Infancia.
Pues desde entonces para mi el año empieza en septiembre (bueno y en enero también), sigo sintiendo el concepto de año escolar aunque hace mucho que dejé el colegio. Y así voy hoy a trabajar, con ilusión, con ganas de ver a los compañeros, esperando que haya cambiado algo…En cuanto llegue se me pasa porque en quince días no cambia nada y todo sigue igual. Pero por lo menos estrenaré cuaderno. Algo es algo.
Y también me queda la ilusión de llegar y ver el calendario laboral a ver cuando es el próximo festivo.
Mientras tanto podemos echar una primitiva o un euromillón. La ilusión es lo último que se pierde.