dejándonos claro que la oscuridad está próxima, y trae consigo vacío y desolación.
Incapaces de remediarlo, nos vemos sometidos al yugo del reflejo
de los charcos en los suelos, que serenamente nos vigilan,con la única intención de hacernos mirar para otro lado.
El frío glacial hará acto de presencia y nos calará los huesos, paralizándonos,
con el único objetivo de no dejarnos ser nosotros mismos.Las calles poco transitadas nos harán ver nuestro miedo más interno...
la soledad.
Por ello, nos vemos empujados a la mentira, el engaño y la falsedad;
disfrazados de buenas caras, mientras el miedo va pasando poco a poco,incapaces de reconocerlo ni asumiendo, que una vez tras otra,
será así.
Los que no nos dejamos influir y somos conscientes de la realidad,
solo sentimos el anhelo de lo que de verdad deseamos; el gocede lo nuestro.
Un aroma que nos embriague cada vez que el gran orbe
nos vigile con su cálido brazo y los jazmines y azahares comiencen a florecer,mientras a lo lejos se oigan cornetas y tambores llevando en volandas un misterio
que avanza con la seguridad que le impregna la voz de "venga de frente".
Como dijo una vez un hombre "¿Habrá algo más bonito que ver alejarse un palio?"
Yo creo que no.
El deseo de respirar la primavera... ¿Sevillana? Por supuesto.
La primavera no se entiende sin Sevilla y Sevilla no se entiende sin su primavera.Son términos que van de la mano, al igual que ese niño va de la mano de su padre
el Domingo de Ramos, estrenando ropa, inquieto y excitado, porque
todo lo que ve y oye le abre la puerta de un mundo nuevo, que desea conocer.
Por más que la oscuridad se cierna sobre nosotros, y el vacío
y la soledad nos invadan el alma; Sevilla siempre responderácon su luz y color habitual.