Yo ya no te leo, me dijo.
Y sonrió. Porque todo lo que cuentas lo viví yo antes. Y a veces duele recordarlo.
Y eso que le veo, a sus veinte años, y me lleno de orgullo.
Cómo ha pasado el tiempo! Parece ayer cuando era un bebé, y cuando aprendió a gatear, y cuando comenzó a hablar.
Y como ha cambiado la vida, y mi vida.
Y sigue siendo mi vida, veinte años después. Aunque ya sus alas le lleven lejos, y haya aprendido a ver con una sonrisa como abraza a otra.
Cuesta.
Y es que ya lo sabes, no conoces el amor verdadero hasta que tienes un hijo.
Y no envejeces, creces a su lado. Y el mundo pasa como exhalación desde que te conviertes en madre, los años no pasan, vuelan y se escurren entre los dedos.
El cansancio de los primeros años, las noches sin dormir, en vela al principio cuando lloraba, los primeros dientes, las primeras fiebres.
El dolor de espalda de andar encorvada dándole la mano mientras aprendía a caminar, llevarle en brazos durante años.
Acompañar cada paso, tu que creías que no había mas mundo que el tuyo, y un día te paras y ya tiene 5, 10, 15, 20...
Y sigues con la misma inseguridad del primer día.
Miedo a hacerlo mal. Buscando perfección. Porque el no merece menos.
Miedo a no ser lo suficientemente merecedora de su amor. Conquistando cada día, a su lado.
Veinte años después, decías, sí, veinte.
Y aún sigo añorando su peso en la cama, tras años de acompañarnos, y eso que ya es más grande que yo.
Cuántas veces cambié de parecer, según crecía crecía yo a su lado.
Cambiaba cada día, me transformaba y cada día me preocupaba como a ti, su educación, sus problemas.
Esos que ahora te quitan el sueño, crecerán con ellos, y los problemillas de hoy serán problemones mañana.
Según necesitaba abrazos me convertía en esa madre protectora.
Cuando necesitaba ayuda, me convertía en guerrera. Cuando necesitaba fuerzas, crecía y me agigantaba para estar a su lado.
Y volví a aprender las letras y los números, y fui instruyéndome a su paso para ayudarle día a día.
Siempre pensando egoístamente, en uno, en el.
Nunca más estar sola, convertirme en su sombra.
Y necesité tiritas para curar sus heridas tantas veces...
Por cada una de sus lágrimas se me rompía a mi el corazón.
Por cada vez que le reñí, por cada una de las veces que le castigué.
Todas duelen, aún duelen.
Por aquél primer amigo que le hizo conocer la traición.
Aquella priemera chica con la que descubrió el desamor.
Aquel primer examen en el que enumeraron su fracaso.
Aquel primer día en la adolescencia que escupió algún improperio que no sentía y que sin embargo me destrozó, porque le sabía herido y necesitado.
De todas y cada una de esas heridas me acuerdo, porque dolían como si en cada una de ellas me arrancasen un trozo.
Recuerdo todos sus dolores más que los triunfos, su primer diez, su primer gol, su primer amigo, su primer beso.
La maternidad se mide en lágrimas, aunque todos creamos que es en sonrisas, porque cada lágrima se enumera como un cuchillo clavado.
Porque cada lágrima es el resumen de dos mil sonrisas, y la pérdida de una sola de ellas un mar de llanto.
Porque ninguna sonrisa es prescindible.
En la maternidad todo suma, todo importa, todo crece.
Todo pasa...
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Vaya si pasa, y se reconvierte, claro que aprendió a andar, aunque parecía que tarde, lo hizo en su momento justo. Y tu que sufrías te cansaste de correr tras el, de curarle chichones tras las carreras a su lado.
Claro que aprendió a comer, no, no fue con 6, ni con doce, pero ayer pinchó la ensalada de la mesa y los ojos se me llenaron de lágrimas.
Llega, todo llega. Aunque no coma lo que tu quieres, pero crece.
Y abandonó los pañales también por la noche, cuando parecía que no llegaría nunca.
Y se vistió solo. Hace 15 años que no le visto y más de diez que no me necesita en la ducha, y ya no le recorto las uñas, ni le hago la cama.
Y hace años que es él el que me hace el desayuno.
Y sin embargo hoy sigo sin poder leerte, aunque ya sea experta y haya pasado por todo.
Porque sigo temiendo, temiendo perderle, de mil y una formas. Porque soy dependiente.
Porque no me acostumbro a que mi bebé, que ayer, apenas hace 20 años se enganchaba a mi pecho, hambriento.
Porque parece ayer, cuando me volteó la vida.
Parece ayer cuando comprobaba diez veces cada noche si respiraba, parece ayer...
Y te leo y veo que realmente fue ayer, y lo añoro, añoro de nuevo las risas, los juegos, los parques...
Añoro todos los besos que no dí, las risas que nos faltaron, los juegos que perdimos, porque los años, terminas contándolos por todos aquellos momentos que te faltaron...
Y crecieron cuando tu mirabas a otro lado.
Y es ahora cuando piensas por qué pasó tan rápido?
Solo puedes echar de menos lo que tuviste me consuelo, lo que amaste, lo que disfrutaste.
Es sólo que somos humanos, solo echas de menos tu hogar cuando te marchas.
Y ya no te leo, porque me viene a la memoria...