La primera palabra que revoloteaba mi cabeza como leit-motiv de la semana andaba siendo rutina. Ante la escasez de acontecimientos de relevancia, me disponía a someter al sufrido público a una anodina letanía de toda mi reiterativa vida semanal, con detalles de horarios, dedicación, empleo de ratos muertos, y explicaciones que no vinieran a cuento, pero que actuaran de contrapeso, solamente, aclaro, para que el desespero no cuajara hasta el punto de que se decidiera, en masa y gritando casi al unísono a nosotros qué narices nos importa la existencia del tipo éste.Pero murió Steve Strange. Murió a mediados de semana con 55 años, edad que todo el mundo encuentra injusta, incómoda. no exactamente la flor de la vida, sabes, pero sí una edad en la que uno ya empieza a estar en una especie de poco confortable zona gris. Murió Steve Strange como podría haber muerto Boy George, y murió de un ataque al corazón sobre cuyas causas no voy a especular. Pues Steve Strange hace tantos años que no tenía ninguna aparición artísticamente relevante y ya se resignaba a ser conocido por un público muy nostálgico y restringido como el tipo con la cara pinturrajeada que cantaba en Visage, sabes, los de Fade to grey. Un bagaje pobre y raquítico, casi un auténtico monumento a la expresión one-hit-wonder, pero esa clase de artistas que, como algunos de los iconos más característicos de los ochenta, se sustentaba más en su condición de influyente que en sus meros logros artísticos. Que se redujeron a algún otro single de éxito, a la extraña elección de alguna de sus caras B como estrambótico complemento de sesiones electro, y a la fuerte implantación de su impactante imagen, a medias entre un clown de nuevo cuño, un artista de cabaret futurista, un intérprete de performances, un adalid de la androginia, y una suerte de crash-test-dummy de rebajas. La irrupción de Visage, inusual aventura en la que tomaron parte algunos músicos de los agresivos Ultravox! no hizo más que llevar al extremo, cual canto del cisne tocado por sintes. todo el planteamiento del más amanerado glam-rock, el aporte técnico de músicos como Eno o la primera oleada tecno-pop, con The Human League al frente. Strange eligió no ser una vieja gloria de primera fila. Seguramente los royalties de Visage le dieron más que suficiente para mantener en un estado digno su arsenal de trajes de chorreras doradas y hombreras imposibles y, visto su final, para qué más iba a necesitar. Podría haberse arrastrado en giras espaciadas por lustros, en mínimos conciertos en los que siempre concedería el mismo bis, en patéticos shows donde la gente cuchichearía de lo mucho que había envejecido o engordado, o lo mal que le salía ya el ajuste con el play-back.Todo ello la semana en que todo el mundo hablaba de la inmunda peliculilla de las sombras de Grey y todo ello la semana en que, aún, tardo en verme reflejado en otra paleta de colores que ésta triste y nocturna que organicé un día, tras ser severamente abroncado por Selene por incorporar tonos flúor.
Todo ello la semana en que he descubierto que para que existan casas azules tienen que haber calles azules.Todo ello la semana en que leo La pell freda de Sánchez Piñol (que, una vez más, me deja perplejo preguntándome qué ven muchos en ciertos libros y qué no ven muchos en algunos otros). La semana que termino engullendo las páginas de uno de esos pequeños futuros clásicos (Las ganas de Santiago Lorenzo). La semana en que, si vamos a seguir jugando con eso de las tonalidades grises, los grandes políticos de referencia en Catalunya parecen empeñados en demostrarme que no he de confiar en ellos para nada, nunca, en ninguna circunstancia.