Pequeña polémica la organizada en tanto a la propuesta coral que tenemos sobre la mesa. Sabéis, la de rendir un pequeño homenaje, ahora que aún está vivo, al gordo Casciari. Curioso que yo me incline, en un ejercicio no exento de vagancia, por que el evento no tenga ningún tipo de orden, y curioso que haya quien me presione para lo contrario. Es decir, para que ejerza alguna especie de regulación. La cosa me choca: creía que este era el lugar idóneo para que la gente (con la consabida limitación de la libertad de los demás y blablabla) actuara con total libertad, pero me veo sorprendido por cierta tendencia a la sumisión.
Sumisión
Comprenderéis que, para mí y para un blog como este, la publicación de una novela de Michel Houellebecq constituya un acontecimiento de primer orden, jerga completamente estereotipada pero que describe de forma sublime la sensación. Más todavía, si, como es el caso, la novela irrumpe de forma estrepitosa en la vida de la adormecida sociedad occidental que Houellebecq siempre ha disfrutado tanto perturbando, desde su primera novela, y que con Sumisión sacude con fervor. Quede claro que en mi reseña de anteayer en UnLibroAlDía ya abordé con sumo placer muchas de las cuestiones que la novela plantea, pero que, visto como sus efectos perduran, he entrado en una pequeña espiral de interés por comprobar cuán dispares son las opiniones que suscita, incluso me he planteado volver a leerla, pero leer dos veces una novela en el curso de cinco días es una exageración y, posiblemente, una distorsión del sentido común. Así que, tanto remarcando mis sensaciones ya publicadas, como apoyándome en algunas opiniones posteriores, creo que estas líneas pueden aportar algo. De hecho, me gustaría haberme extendido como hacen muchos, pero llega un punto en el que uno pierde el mundo de vista.
Parece que mostrar entusiasmo por esta novela signifique alinearse con muchas cosas éticamente reprobables. Parece que considerarla una excelente lectura, absolutamente necesaria para empezar a comprender el panorama de gran parte de la civilización occidental (aquella que tiene cuna milenaria en la vieja Europa) represente alinearse con corrientes ideológicas cercanas a xenofobia, intolerancia, sabéis, esas cosas tan propias de gente reaccionaria y conservadora, ergo, tan inesperadas aquí. La cuestión es que el planteamiento de Houellebecq en Sumisión no es provocar la ira de los islamistas (cosa que ya hizo en otras novelas, como la excelsa Plataforma), sino mostrar su asco por los partidos políticos que han gobernado su país en las últimas décadas, poniéndolos en la picota y haciendo muy creíble la premisa de que, con tal de mantener alguna cuota de poder, entregarán a sus votantes a quien haga falta. Simplemente esa primera sensación ya es completamente universal, ya convierte a la novela en un lienzo sobre el que cada lector puede encontrar un reflejo de su mundo particular. Pero la soledad de Francois, una soledad que atraviesa fases y circunstancias críticas, casi grotescas, es Houellebecq en estado puro. François es uno de sus personajes, pero, curiosamente, cuando Houellebecq ha mostrado (aunque en su rueda de prensa de esta semana para presentar el libro en Barcelona lo hemos visto más adecentado) un aspecto más desaliñado y decadente, François parece ser un hombre algo más joven, más atractivo para las mujeres, y con ese indudable halo de atractivo que para ciertos círculos representa un cierto nivel de intelectualidad. A pesar de lo cual, parece incapaz de manifestar sentimientos diferentes de la contrariedad o la resignación. Dispuesto a adaptarse a su entorno, su decisión final parece caer por sí sola.
Ya veo más difícil defender Sumisión desde el punto de vista de la posibilidad total de que sus premisas se cumplan. Uno de los argumentos más usados contra Houellebecq (en esa guisa no buscada de adivino de acontecimientos futuros) ha sido que no contempla una reacción del colectivo femenino. En Sumisión no hay mujeres negándose a abandonar sus puestos de trabajo ni rebeldes que rechazan el uso del velo, ni tan siquiera mujeres que se suban al estrado a plantar cara en serio a Mohammed Ben Abbes, Houellebecq, por este mero hecho, es tildado de misógino. Por sus descriptivas escenas sexuales, más de un crítico puntilloso le ha acusado de limitar la función del género femenino, no solo aquí sino en toda su obra. No sé pronunciarme al respecto. No creo que en la mentalidad de Houellebecq esté construir una novela, como si de una obra policíaca se tratara, donde todo encaje y todo sea coherente y todo sea posible. Creo que, como entregado conocedor de la filosofía, el francés simplemente busca un buen camino por el que hace que se crucen sus fantasmas particulares. En su imperfección, en dejar flecos colgando que acaban haciendo las veces de poderosas opciones para revertir un proceso imparable, Sumisión es la novela que marcará, al menos mientras los ecos de lo de Charlie Hebdo y el espectáculo semanal de ISIS perdure, la primera mitad del año. Otros pueden decir otras cosas: yo no dejo de pensar en esta novela desde el momento que cayó en mis manos.