Llegó a mis manos, con desgana, una vieja colección de libros de novela histórica que permanecía guardada en una estantería del garaje. Veinte libritos modestamente editados y que reúnen un paseo por épocas concretas de la historia. Tal y como soy, es inevitable y no voy a cambiar a estas alturas, los ordené cronológicamente para iniciar su lectura pausada. Y claro, lo primero Grecia, y más concretamente una biografía de Pericles, escrita por Rex Warner a partir de los documentos de un filósofo llamado Anaxágoras de Clazomene que relata, sobre el año 453 a.C., el crecimiento, formación y vida del denominado como padre del sistema que conocemos como democracia.
Entro en materia. Paseando por las letras y palabras, en la página 99 del libro, pegué un brinco al leer cuales serían los síntomas de que una democracia se está destruyendo. Resumiendo apunta que para que esto ocurra los hombres deben perder la confianza en el futuro; nadie adecuado querrá asumir responsabilidades públicas, que serán delegadas a otros al servicio de los poderes; se sentirán esclavos y se fomentará la barbarie; desaparecerá la ciudadanía bajo la fuerza de los imperios de todo tipo; aparecerá el personalismo autocrático; “los hombres buenos, en el caso de que quede alguno, no desempeñarán cargos públicos”; los soldados pasarán a ser mercenarios; los poetas no tendrán amigos fuera de su círculo.
Otro apartado habla de que se trata de desesperar a la sociedad, de que reine la superstición sobre la razón; señala que los felices serán aquellos que acepten las imposiciones; y por último, que los ricos y quienes recibirán más honores serán los que proporcionen entretenimiento a las masas o un sustitutivo del placer.
Les invito a que a cada ejemplo de los peligros para la democracia aquí apuntados le busquen similitud con lo que ocurre hoy en día. Ya lo decían los griegos.