Immanuel Wallerstein, La Jornada
La línea oficial en casi todas partes es que la economía-mundo pronto se pondrá bien si tan sólo hacemos esto o aquello. El hecho es que nadie –ni los gobiernos ni los megabancos, ni siquiera los economistas obtusos– realmente lo cree.
El mundo se encuentra en una depresión, tambaleándose al borde de un colapso realmente importante. Nadie en ningún lado estará exento de los efectos negativos de este colapso, aun si algunos cuantos afortunados se las arreglan para hacer dinero con éste. La primera preocupación de todo gobierno no es cómo desempeñarse bien, sino cómo podemos desempeñarnos menos mal que otros estados.
La atención de la prensa mundial se ha enfocado en los meros debates públicos en Estados Unidos, en la zona del euro, y sí, en China. Pero esto no significa que otros estados –grandes o pequeños, que parezcan crecer o sea obvio que están estancados– no estén igualmente preocupados, aunque con frecuencia sean menos capaces de maniobrar que los jugadores más grandes.
En julio, en medio de grandes dramas, la zona del euro pareció promulgar un compromiso político de las clases. ¿Permitirá esto que la Unión Europea (UE) se desempeñe menos mal que sus muchos competidores? Pienso que podría ser. Pero para ver lo que realmente ocurrió debemos remontar las complicadas decisiones económicas. Nadie parece concordar en lo que realmente se acordó, y menos en si esto hará algún bien, tomando en cuenta los dilemas económicos que enfrentan los países de la zona del euro.
El arreglo fue político, no económico, y las consecuencias importantes serán políticas. Lo que los países de dicha región consiguieron hacer fue salvar el euro como divisa única. Algunos piensan que esto es maravilloso; otros que es un desastre. Pero el punto es que lo salvaron. Y en términos de las luchas geopolíticas que están en curso en el mundo, esto permitirá que Europa siga siendo un jugador importante.
Carsten Volkery, escribiendo en Der Spiegel, resumió las decisiones de este modo: (El 21 de julio) los líderes europeos impulsaron un segundo paquete de rescate para Grecia, golpeada por la deuda, uno que incluye un nivel sorprendentemente alto de participación privada. Además se le han otorgado nuevos poderes al grupo de emergencia para la zona del euro, lo que lo hace ver, sospechosamente, como un fondo monetario internacional europeo.
El debate económico previo en torno a la deuda griega (y aquélla de otros países de la zona del euro) tenía todos los ingredientes convencionales. En un extremo estaban quienes predicaban fe plena en el mercado, sin importar las consecuencias. El más radical de éstos quería sacar a Grecia de la zona del euro (aunque legalmente esto parece casi imposible). En el otro polo estaban quienes predican una solidaridad económica basada en el énfasis neo-keynesiano de (re)crear una demanda efectiva –un mini Plan Marshall.
El problema político subyacente fue la política interna de los diferentes países. Una solución keynesiana fue profundamente impopular en Alemania, y la señora Merkel temió, con razón, un desastre electoral si seguía adelante con eso. Una solución neoliberal presentaba el riesgo de disturbios severos en Grecia, España y, eventualmente, en muchas otras naciones. El gran promotor de un arreglo resultó ser ni más ni menos que Nicolas Sarkozy, de Francia, quien luchó por que se otorgaran nuevos poderes al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y celebró públicamente lo que él llamó los inicios de un fondo monetario europeo. Aun la señora Merkel estuvo de acuerdo en que la comparación era plausible.
La señora Merkel ganó la concesión que buscaba el involucramiento de los inversionistas privados. Y el Banco Central Europeo (BCE) finalmente accedió también a dar su bendición. El FEEF emitirá sus propios bonos y quienes tengan bonos griegos podrán cambiarlos por estos nuevos, cuyas tasas de interés supuestamente serán menores. El FMI, por medio de su nueva directora, Christine Lagarde, estuvo de acuerdo en que el efecto de todo esto sería positivo para todo mundo. Por supuesto, este nuevo arreglo le permite al FMI estar menos involucrado, en un momento en que tiene que estirar sus propios recursos. Aun Gran Bretaña, no siendo miembro de la zona del euro, aplaudió el mencionado compromiso.
¿Es esto algún tipo de magia que salvará Europa? Para nada. Primero, hay todavía jugadores que intentan deshacer el arreglo. Falta por ver qué consecuencias electorales traerá.
¿Por qué Sarkozy, el heredero pos-gaulista de De Gaulle, se volvió el arquitecto de un compromiso que acercó a Europa a una estructura de gobernanza común? Hay dos razones, en realidad. Por un lado, después de una serie de reveses políticos, parece bien, en términos de las próximas elecciones francesas, que Sarkozy haya logrado algo en política exterior. Las encuestas en Francia indican que su popularidad, de hecho, creció.
Sin embargo, la segunda razón es bastante gaulista. De Gaulle se oponía a más federalismo en Europa debido a que servía a los intereses estadunidenses a expensas de los de Francia. Pero hoy, mayor federalismo en Europa sirve a los intereses de Europa (y de Francia) a expensas de los estadunidenses. Un colapso de la zona del euro habría eliminado a Europa occidental como jugador importante en el sistema inter-estados –y fortalecería al dólar en un momento en que necesita toda la ayuda que pueda conseguir.
Las voces desde la izquierda de la izquierda constantemente se quejan de que la zona del euro es básicamente una institución neoliberal, que protege a los bancos y lastima a los más pequeños. Esto es cierto en gran medida. Lo que nunca he entendido es por qué alguien piensa que la izquierda estaría mejor con una serie de estados totalmente separados. Me parece que las fuerzas neoliberales serían mucho más poderosas si la Unión Europea desapareciera.
A fin de cuentas, la Unión Europea y su zona del euro se desempeñarán menos mal en el colapso importante que se avecina. Eso no es mucho logro, pero en la carrera por los botes salvavidas, Europa puede por lo menos garantizar el lanzamiento de uno de éstos.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización