Por lo que se refiere a “Ya no estoy aquí”, aunque completamente agotadora, me ha parecido una cinta honesta y realista sobre una serie de amplios sectores inadaptados y excluidos. De entrada, me costó enormemente comprender el lenguaje de los actores, cuya jerga y entonación desdibujan el idioma castellano hasta límites insospechados. Ya más adelante, la sobredosis de pobreza, repudio y violencia me sobrecargó hasta el hastío, cuando todavía al film le restaba un metraje considerable. Como sucede con cualquier manifestación artística, también en el Séptimo Arte las proporciones a la hora de mezclar los ingredientes de una obra son muy importantes, al menos si no se quiere arriesgar con saturar al público, y este largometraje satura, pese a sus buenas intenciones en cuanto al fin de denuncia que contiene y a las moralejas que pretende difundir. Aun así, demuestra capacidad para introducir elementos de hermosura y sentimiento entre tanto dramatismo y desesperación, generando un cúmulo de sensaciones encontradas al estilo de la archipremiada “Roma”.
Tras sostener un malentendido con miembros de un cártel local, un joven se ve obligado a emigrar a Estados Unidos. Atrás deja a su pandilla y su pasión por la música y el baile e intenta adaptarse al nuevo país, pero se da cuenta de que prefiere regresar antes de tener que afrontar la soledad que le provoca ese alejado territorio.
En el caso de “Nuevo orden”, utiliza con mayor acierto la técnica del entretenimiento y, sobre todo, ofrece una puesta en escena más original, si bien es probable que el público quede atrapado en las propias incoherencias mentales.La trama se desarrolla en situaciones muy extremas, poco creíbles y artificiales pero, en el fondo, esa desproporción o irrealidad inicial coincide en gran medida con lo que a diario se ve en los programas informativos o se lee en los periódicos.
Una fastuosa boda en el seno de una familia adinerada se convierte de forma sorpresiva en una lucha entre clases sociales, gestándose durante su celebración una amalgama de enfrentamientos que deriva en un violento golpe de Estado, en el derrumbe de todo un sistema político y en el nacimiento de un “nuevo orden”. Como parábola política, desde luego, resulta de interés. Los intérpretes son desconocidos en su mayor parte o, directamente, actores amateurs.
Sea como fuere, se torna siempre necesario visionar el cine de otras nacionalidades y asistir a sus diversas visiones, inquietudes y sensibilidades. En mi opinión, México no ganará en esta edición la estatuilla dorada, pues otros países suenan con más fuerza para alzarse con el popular galardón. Sin embargo, su cinematografía continúa reclamando con energía y argumentos ese protagonismo que ha alcanzado en los últimos tiempos.