Se acercan las Navidades, época preferida del año para algunos y odiada por muchos otros en los que me incluyo. Odio las Navidades de ahora. Las amaba en mi infancia… eso si que disfrutar de la Navidad. Te suena de algo? O soy la única que piensa que se ha perdido por completo el verdadero significado. La nieve caer, los niños cantando villancicos por las casas, las madres y las abuelas preparando pasteles… esa olor de pasteles recién sacados del horno que se mezclaba con la olor del árbol de Navidad, un pobre abeto que se marchitaba. Me tenía fascinada el dichoso árbol, tan lleno de adornos y de luces que daba miedo tocarlo por si caía. Me pasaba horas mirando esas luces que además iban al son de la melodía «navideña».
Recuerdo aquellas Navidades, echo de menos esa magia que las rodeaba, estar con toda la familia, sin móviles y esperando la llamada al pobre teléfono fijo de aquellos familiares que se encontraban lejos. Nos vestiamos con «la ropa de los domingos», solía ser el pantalón vaquero y el jersey de lana mas nuevo que teníamos, el de las ocasiones especiales… Todos «bien vestidos» y sentados alrededor de la mesa llena de delicatesses , esas comidas especiales que solo se hacían en Navidad, no había dinero para poder hacerlo en días normales. Contando anécdotas, compartiendo risas, y mi abuelo que siempre contaba el mismo chiste… todavía me hace gracia al recordarlo. Ver a mi abuela satisfecha de vernos a todos, aunque cansada por haberse despertado de madrugada y cocinar… la pobre apenas tenía ganas de comer después de tal «paliza». Teníamos la tele encendida, pero nadie la veía, era solo el testigo de una verdadera cena familiar.
El ansiado momento de recibir los regalos al fin llegaba… Papá Noel entraba por la puerta con el saco lleno. No me podía creer que estaba viendo al verdadero Papá Noel con esa barba blanca de la que quería tirarle para comprobar que es de verdad pero no me atreví, en cambio llevaba un reloj que me resultaba bastante familiar. Papá Noel llevaba el mismo reloj que mi tio, algo muy sospechoso, pero no tenía importancia ya que la ilusión de conocer a Papá Noel era tan grande que me encegaba por completo, mi tio aún piensa que no lo reconocí.
El regalo solía ser la típica Barbie con sus vestidos, alguna chocolatina, un plátano y una naranja… fruta que solo se consumía en «ocasiones». Recuerdo pelar la naranja y guardar su piel encima del armario para que oliese toda la casa.
Para mi la Navidad olía a naranja, a pasteles, a abeto y a mucha felicidad. Es una olor que guardo en mi recuerdo y en mi corazón.