¡Ya sé quién eres, mascarita!
El desinterés general por la política tuvo su momento más álgido en la etapa de “vacas gordas” que vivimos durante los primeros años del siglo XXI. A la mayoría de los españoles, les importaba poco o nada quiénes lideraban los partidos, qué políticas se aplicaban y qué leyes se aprobaban en las Cortes Generales. Mientras hubo pan y vino para todos, con un nivel de vida muy alto aunque efímero por lo inestable de sus cimientos, el desinterés generalizado de la ciudadanía por la política permitió que algunas mascaritas camparan a sus anchas. Unas anchas tan anchas que Castilla se quedó estrecha.
Pero las vacas empezaron a adelgazar a marcha forzada. De un día para otro, las cosas nos colocaron en nuestro sitio, y nuestros lujosos trajes para el baile de príncipes y princesas se desvanecieron para convertirse de nuevo en harapos, aunque no quisimos verlo hasta que estuvimos famélicos.
Y entonces, indignados, comenzamos a exigir responsabilidades a los mismos a los que, por nuestro desinterés, antes dejamos campar a sus anchas: algunos banqueros, políticos y personajes de cuentos clásicos con coronas, disfraces y máscaras muy logrados que les hacían pasar por serios y eficientes gestores.
Y así, empezamos a quitar antifaces y poner rostro, con nombres y apellidos, a los “aprovechados” a los que permitimos explotar y pervertir, para sus intereses personales, económicos y partidistas, un sistema democrático al que habíamos abandonado, acomodados en la calidad de vida efímera que creímos que nos habíamos currado. Mentira. Fuimos peones del engaño.
El Carnaval llegó a su fin.
El desinterés se convirtió poco a poco en desafección. Y la desafección se ha convertido en tan solo un año en sobre interés por la política. Un sobre interés que se ha trasladado al negocio del share televisivo. Los espacios reservados a tertulias con políticos y periodistas o seudo periodistas proliferan. La entrevista a personas dedicadas a la gestión pública o con responsabilidad orgánica en los partidos políticos se multiplican, en cualquier formato y lugar. Desde un típico plató de TV, a un sofá en cualquier lugar, pasando por la barra de una cafetería, o colgado en las alturas a un aerogenerador. Aumenta el número de reporteros persiguiendo a personas dedicadas a la política por las calles o esperándoles en las puertas de sus casas, juzgados o prisiones, cual paparachis a la caza de “Pantojos y Pantojas”.
Las noticias, los líderes de opinión y el análisis de la actuación política (casi siempre sobre la anécdota caricaturesca y no sobre los fondos de los asuntos) asoman el hocico en espacios de los medios de comunicación antes reservados para fanfarrias varias, culebrones elaborados con personajes reales e información rosa, amarilla, verde, fucsia y con purpurina de colores hasta la madrugada.
Lo banal lo impregna todo en televisión. Hasta lo reservado para lo más serio y sesudo está siendo invadido. Nos quedamos con el “tic, tac”, el “pin pan” o el “gracias, gracias, gracias” y tapamos lo importante. Ellos se ponen a tiro fácil, es cierto. Pero nosotros, periodistas y ciudadanos, no dudamos en disparar para acribillarlos y reducir la actualidad política, la importante y cierta, a superficiales chascarridos.
No desisto y hago un nuevo intento para decidir qué programa de TV veo. Entre mis mantas en el sofá, zapeo y me debato entre quedarme boquiabierta admirando el “buen gusto” de Belén Esteban eligiendo pijamas y vociferando a un montón de desconocidos que supuestamente ahora son “famosos”; o ver uno de esos programas dedicados a mal hablar sobre sí mismos y sus compañeros, llenos de “críticos” sin criterio, que un día se miraron al espejo y decidieron, cual monarca absolutista, que un Poder Divino les había concedido el derecho y el revés para atacar a cualquiera que se pusiera a tiro.
La otra opción, pasar a otro canal para escuchar estupefacta a corruptos que chantajean públicamente a otros corruptos con “contarlo todo” si no le garantizan el trato que creen merecer ¡Se me quedan los ojos como platos! O mejor aún, ver a políticos de “la casta” y a los que acusan a los demás de ser “la casta”, -a la que ellos también pertenecen, pero de la que se creen inmaculados-, con el hit clásico de la política, “Y tú más”, mientras contemplo atónita como la calderilla de algunos supuestos no pudientes monederos, esconden auténticos billeteros capaces de poner, de un día para otro, 200.000 euros sobre la mesa de Hacienda. ¿Seguro que podemos?
Al final, desisto y, como casi todos, me quedo con todo un clásico: el documental de La2.