Revista Educación

Yerbas

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Mayank Sharma @ Flickr.com (CC BY-SA 2.0)

Mayank Sharma @ Flickr.com (CC BY-SA 2.0)

Desde el gallinero llegaba el reclamo de un mirlo insomne cuando la más alta de las dos figuras giró el picaporte de la puerta de atrás. Embozadas y vestidas de negro por la agonizante penumbra, parecían recién salidas de un desfile siniestro.

– «Tengo frío», protestó la otra con cierto resabio infantil. «Y sueño», sentenció con un bostezo.
– «Anda, no me seas mimosa, que la que quiso venir fuiste tú».
– «Ya, pero no tan temprano».
– «Las yerbas hay que cortarlas con esta luna y antes de que levante el sol, que si no luego pierden fuerza. Las cosas hay que aprenderlas como son. ¿Trajiste donde apuntar?».
– «».
– «Pues apunta mientras yo voy cortando. Suerte tienes, que a mí me tocó aprenderme todo esto de memoria».

Como en un gesto coreografiado, las dos metieron mano al regazo. Del mayor salió una podona y una bolsa de tela. Del menor un lápiz y una libreta de Hello Kitty.

– «Está bonito eso. Si tu abuela levantara la cabeza se volvía a dejar caer en el hoyo».
– «Lo siento. No tenía otra».
– «Hoy parece que tienes diez años. Bueno, empezamos. Esta es la salvia, que alivia a los vergonzosos».
– «¿Salvia es con bé o con uve?»
– «¡Niñaaaaaaa!».
– «Vale, vale».
– «El tasaigo ablanda las quemaduras. La menta despierta el apetito y el romero quita el sueño».
– «Romero me hacía falta a mí hoy».
– «No seas impertinente y sujétame la bolsa».

Click, click, click, click. Cuatro chasquidos de la podona y las dos figuras que siguen avanzando.

– «Esta es la hierba de San Juan, que tiempla los nervios. Como la tila pero más fuerte. Y esta otra la caña limón, que abre el apetito».
– «¿Y aquella de allí?».
– «El perejil de monte».
– «¿Y para qué sirve?».
– «No importa. Hoy no nos hace falta».
– «Ya, pero para qué sirve. ¿Es para comer?».
– «No, pa’ comer no. Aguántame la bolsa».
– «Mami, ¿para qué sirve?».
– «Si la cosa va bien, para nada».
– «¿Y si va mal?».
– «No lo quiera el Señor».
– «Anda. Dime».
– «Mira mija, esa yerba está ahí por ti pero me trae muy malos recuerdos».
– «¿Por mí?».
– «Sí, por ti. Por si te pasas de la raya».
– «No entiendo».
– «¿Tú querías mucho a tu abuela, verdad?».
– «Sí, claro».
– «Pues ella también te quiso mucho, pero solo a partir de que naciste. ¿Tú me entiendes?».
– «No mucho».
– «Pues está clarito. Si me la hubiera empurrado no estarías hoy aquí».
– «¿En serio?».
– «Como que me llamo Francisca».
– «¿Y entonces, por qué no la arrancas?».
– «Porque tienes quince años. Y sobre todo porque no me fío nada del novio ese que te has echado».

Click, click, click, click. La podona siguió chasqueando un par de horas más. Sin embargo, y hasta que levantó el sol, el único que volvió a abrir la boca fue el mirlo del gallinero.


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