Imagen promocional de la obra
Muchas veces ves una película y te metes tanto en ella que sientes exactamente aquello que se empeñó en transmitir el director al hacerla. Pues bien, tener a un actor o actriz delante, en vivo, sintiendo hasta la última letra de las palabras que pronuncia, e incluso haciendo vivir al público la historia con un simple grito, es algo que marca la diferencia entre “ha estado bien” y “es una obra maestra”.
Algunos han escuchado estos días que venía la obra lorquiana Yerma al Teatro Zorrilla de Valladolid, y han pensado “es Lorca, eso no puede decepcionar”. Y así es, pero aquí hay que destacar dos cosas: al brillantísimo Lorca por hacer creaciones tan maravillosas y escalofriantes como esta, y a una compañía, Producciones Faraute, que ha sabido captar a este autor y transmitirlo con toda la pasión que requiere.
Una Silvia Marsó en el papel de Yerma que se merece una mención especial. Y es que la actriz principal no ha dejado de impactar al público. La valía de un actor se mide a través del sentimiento que provoca en el público, bueno o malo, pero lo importante es remover algo en el espectador. Y Silvia Marsó lo ha conseguido. Ha hecho que aquellos que estaban sentados en las butacas sintiesen felicidad por su emoción, sintiesen angustia por su desesperación y se quedasen de piedra al ver cómo, sin conocer a la verdadera Yerma, la tenían enfrente, tal y como Lorca la hubiese personificado.
Una obra que te hace pensar, que avanza a través de un simple deseo de ser madre hacía una terrible obsesión por llegar a cumplir los valores que la sociedad del momento imponía. Una obra, que representada por esta compañía, no te hace perder ni un solo detalle, ya que el entusiasmo y la exaltación de Lorca están en cada escena, independientemente del carácter propio de los actores (Marcial Álvarez, Iván Hermes o Lara Grube entre otros), o el estilo del director Miguel Narros.
Un atrezzo variado y fundamental para dar apoyo a la historia, un río en el escenario con el que jugaban los actores y que incluso han llegado a sentir en primera persona los espectadores de las primeras filas. Una lluvia improvisada, un fondo que aportaba la calma y el desasosiego del cielo. La luz, algo fundamental en esta obra, muy bien utilizada para dar más dramatismo si cabe a las palabras de los actores. De la mano de la música de Enrique Morente, se han plasmado la danza, cante y arte flamenco, ese aspecto que identifica en cierta manera a Lorca. Elementos que aportan más calidad a una gran actuación y que todo ello junto llega a poner los pelos de punta al público.
Esa sensación que se tiene al acabar de ver la obra, y decir “es imposible ser capaz de transmitir en unas líneas lo que he visto hoy aquí, sé que todo lo que escriba se quedará corto, porque el arte de Lorca sobrepasa a todo lo que se pueda sentir con ello”. Simplemente es vivirlo, ver que, en pleno siglo XXI hay gente que sabe valorar lo que algún genio creó en su momento, ver que el arte todavía se considera como tal, y que solo es cuestión de estar atentos y apreciar aquello que inspira, porque si lo hacemos, Lorca seguirá perviviendo muchos años después de su muerte.
Ana Bueno
Estudiante de 2º de periodismo en Valladolid. Curiosa por naturaleza y viajante por devoción.
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