La discreción es la norma más practicada en las Casas Reales contemporáneas: reyes, reinas, príncipes, tienen sus virtudes, bien divulgadas, y sus vicios, cuidadosamente ocultados.
Rara vez escapan de la norma, aunque lo hicieron recientemente algunas Casas, la cabecita loca de Lady Di, que iba a ser reina británica, o en Holanda la reina, que se casó con un ex-SS, y su hijo, el futuro rey, con la hija de un ministro golpista argentino.
En la española, Iñaki Urdangarin, consorte de una Infanta, ha roto toda discreción y ha demostrado ser un plebeyo ennoblecido artificialmente.
Este chico de la burguesía nacionalista vasca, jugador de balonmano sin gran sueldo en el Barça y la Selección española, alto, atlético y guapo, tras abandonar el deporte sólo podía conseguir un trabajo vulgar.
Pero enamoró a una Infanta de España, hija del respetado rey del 23F. Se casaron, tuvieron hijos. Aparentemente vivieron felices y, como en los cuentos, con bendición real.
Al contrario que la Infanta, licenciada y master en Políticas, Iñaki no tiene estudios universitarios, aunque hizo uno de esos master que pueden comprarse sin título previo.
Su mujer tenía un trabajo de alto nivel, por preparación y representatividad, y la Caixa de Pensions le debe mucho a ella, y él quería contribuir espléndidamente a la casa como merecía su princesa.
Para ello, hizo negocios poco honestos abusando supuestamente de las ventajas sociales de su matrimonio. La Casa Real, alarmada, lo apartó de ellos hace unos años. Pero siguió en las suyas, quizás para mantener su principesco nivel de vida.
El Rey aparentemente trató de ayudarlo en actividades representativas aceptables, pero incluso él cometió el error de comprometer la discreción de su doble vida privada.
Como consecuencia, se discute la Monarquía, olvidando que el prestigio mundial y el equilibrio que aporta Don Juan Carlos a España son inconmensurables.
Que Iñaki pague, pero respeto para la Corona, la gran representante de España, y de bienes y servicios españoles.
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SALAS