Cataluña es un terreno ideal para la predicación. Es tierra de pasiones y mentes calenturientas. Como Dalí y sus teorías cósmicas, o como Françesc Pujols, que profetizó en 1918: “Llegará un día en que los catalanes, por el simple hecho de serlo, iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado”.
Una idea viva en el imaginario nacionalista. El ensueño secesionista que le promete a los xarnegos, los inmigrantes que siempre despreciaron, que les darán nacionalidad catalana si apoyan la independencia: después, como decía Pujols, todo pagado, el Paraíso terrenal.
A las manifestaciones independentistas asisten inmigrantes, sobre todo musulmanes identificables por sus ropas, que aspiran obtener ese premio en la tierra, preludio del prometido por Alá, el Paraíso eterno.
Hay una fundación para inmigrantes, “Nous Catalans”, pagada por el partido gobernante en la Generalidad y dirigida por el exlíder de ERC Àngel Colom que, según el Ministerio de Interior, predica con éxito la buena nueva separatista en mezquitas con imanes extremistas.
La propaganda, unida a la desorientación de los catalanes más pasionales, abandonados por un cristianismo que ha perdido su vocación misionera, lleva hacia el islam a los desorientados que desean regulaciones drásticas y premios, como la poligamia terrenal, aunque practicada secretamente, y después, las huríes paradisíacas.
Conversos catalanes que crearon la célula yihadista recién detenida que pretendía volar lugares públicos y degollar con buzos naranja a ciudadanos, preferentemente judíos, como muestra de adhesión al espantoso Califato del Daesh.
Su aliado natural, la extrema derecha, proporcionaba las armas, lo que hace recordar una monstruosa pareja de hecho de la II Guerra Mundial.
El nacionalista Hitler y el Mufti de Jerusalem, tío de Arafat, que reclutó musulmanes bosnios y albaneses para una división de las Waffen-SS, autora de las masacres de judíos más numerosas y sádicas del siglo XX.
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SALAS, clásico