Revista Psicología

Yo confieso

Por Jcarlosbarajas @kurtgoedel2000

Yo confieso

Golconde. Pintura de René François Ghislain Magritte


Yo confieso, ¡Oh Señor!, mi condición de funcionario de carrera de la Administración General del Estado desde hace 26 años y, que durante este dilatado período, he cometido los crímenes nefandos que a continuación relaciono.
Me acuso de haberme formado durante años, de no haber dejado de estudiar y prepararme. Me acuso asimismo de haber opositado seis veces, tres de ellas – loado seas Señor – me suspendieron como justo castigo a mi pecado de orgullo desmedido, de soberbia, de falta de humildad y tres de ellas – Dios me confunda – aprobé a pesar de todas las dificultades que me enviaste.
Yo confieso haber trabajado siempre con falta de medios, con presupuestos bajos y objetivos inalcanzables elaborados por políticos, ¡Oh Señor cuánto agradezco que nos enviaras esta plaga de los políticos y banqueros!, pero si es para recordarnos que el Dios del Antiguo Testamento sigue en forma, no te molestes, te creo.
Me acuso de haber obrado con voluntarismo y de haber colaborado a sacar adelante muchos proyectos. Me acuso de haber recibido con enfado las críticas superiores por no haber cumplido con la parte inalcanzable de los objetivos.
Me acuso de haber defendido los intereses de mi país con patriotismo en los grupos de trabajo internacionales en los que he participado. A los que a veces fui sin que me proporcionaran información previa, sin instrucciones claras, a que me sacaran los colores los representantes de esas naciones protestantes a las que nunca acabamos de meter en vereda y que nos están chupando el hueso hasta el tuétano.
Confieso que tengo una ideología que no militancia, pero también confieso que me la he dejado en la puerta cada vez que he entrado en el Ministerio. Me acuso de haber trabajado con neutralidad con todos los gobiernos que en este país ha habido. Confieso haber atendido por igual a todos los ciudadanos sin haber mostrado ningún favoritismo político, a pesar de que muchos de éstos si han hecho gala de sus ideas contrarias a las mías, no espero premio por ello, era mi deber, pero me acuso. Me acuso de haber llamado a la fuerza pública porque un ciudadano me quería agredir ya que había oído de mis labios lo que yo podía hacer por él y no lo que él quería que yo hiciera.
Cuando he trabajado en la protección de los españoles en el extranjero, me acuso de haber llorado con los padres que habían perdido a sus hijos, de haber ofrecido mi pañuelo a las esposas que habían perdido a sus maridos, de haber hecho todo lo que estaba en mi mano – con desigual fortuna bien es cierto - para que el encarcelado no pasara ningún día más en prisión de los que su sentencia marcaba, para protestar contra detenciones ilegales, para localizar al que no quería ser buscado, para reunir al hermano que permaneció con el que había emigrado y que el tiempo y la distancia habían separado. En esto reconozco que hay otros funcionarios, más pecadores me temo, que han hecho mucho más que yo, que están en la primera línea en el Servicio Exterior de España.
Me acuso de haber rechazado una vez una corruptela, también es cierto que ha sido la única vez que me la han ofrecido. A lo mejor de haber tenido puestos de mayor responsabilidad habría tenido más oportunidades de caer en la tentación.
Confieso no haber sido el vago – como tampoco lo son la inmensa mayoría de mis compañeros - que, según el tópico conocido, se suponía que debía haber sido. En definitiva, me acuso de haber hecho mi trabajo, cierto es que muchas veces me he equivocado, que disto de la perfección, pero he intentado cumplir con mi obligación. Me acuso de ello.
Señor, no busco el aplauso, ni la gratitud de mis semejantes. Sé que merezco el castigo que mis Gobiernos me imponen, ¡he cometido tantos crímenes!, pero ya que Tu sí sabes perdonar me gustaría – como a todos los ciudadanos de este país - tener una vejez cómoda y no veo que eso vaya por buen camino, me gustaría poder pagar la universidad de mis dos hijos – buenos estudiantes- pero a lo mejor es un atrevimiento por mi parte y, mi tercer deseo, me gustaría tener la sanidad y los medicamentos que necesito para mantener mi mala salud de hierro dentro de un orden. No pido tanto, no pido hacerme rico, ni una oportunidad para dar un pelotazo de esos que tanto se han dado en los años de bonanza, ni una asesoría ni consejería ni ninguna otra canonjía.
Espero Señor que intervengas a mi favor, aunque no lo merezca, porque si lo dejas en manos de mis gobernantes mucho me temo que lo tengo, lo tenemos  - los funcionarios, los parados, los jubilados  y los demás trabajadores - todo perdido.
Juan Carlos Barajas Martínez
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