Revista Opinión

Yo confieso

Publicado el 01 marzo 2017 por José Luis Díaz @joseluisdiaz2
En este momento y lugar en el que el devenir de la Humanidad depende de lo que pase a partir de ahora con la gala drag del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, deseo hacer una confesión completa y sin reservas sobre mis culpas y delitos a propósito de este asunto. Reconozco públicamente que aún no he aplaudido ni una vez el, según todos los comentarios, magnífico espectáculo artístico que se desarrolló el lunes por la noche en el Parque de Santa Catalina. Mi innata insensibilidad para toda manifestación artística posterior a Julio Romero de Torres me impide comprender la esencia de un arte tan refinado y abstracto.
Hago pública mi recalcitrante homofobia porque aún no he alabado públicamente la genialidad del espectáculo ganador que tanta admiración ha levantado entre los entendidos de este arte. En mi contra y voluntariamente declaro también que, a pesar de no ser ni practicante católico ni creyente en esa religión desde hace décadas, no he podido evitar sentirme violentado y abochornado al ver el uso que se hacía de dos símbolos centrales de la fe católica, la Virgen y la cruz. Admito que pensé menos en mi que en lo que sentirían ante ese espectáculo quienes sí son creyentes católicos y consideré que no hay ninguna necesidad de colocar en la misma frase transgresión carnavalera e insensibilidad absoluta por las creencias más íntimas de los demás. 
Yo confiesoAdmito en mi ignorancia que el hecho de que el artista en cuestión haya reconocido públicamente que no pretendía ofender aunque sí provocar, me parece propio de alguien que en su irresponsabilidad confesa no duda en anteponer sus fines personales a los sentimientos y creencias de los demás. Debo confesar también públicamente que desde que este asunto saltó a los medios de comunicación y a las redes sociales aún ne me he comido a ningún cura crudo ni a ningún obispo ni he arremetido contra ellos por callar y mirar para otro lado ante la pederastia y otros delitos.
Me declaro por ello culpable de quintacolumnismo clerical y amigo de la jerárquía católica más ultramontana e intolerante de este país. Sólo confío en que se admita como atenuante de ese delito mi declaración solemne y firme de que el obispo Cases, efectivamente, ha metido la pata hasta el corvejón al calificar el espectáculo de blasfemo pero, sobre todo, al compararlo  con el accidente del avión de Spanair en el que perdieron la vida 154 personas.
Finalmente confieso la peor de todas las culpas de las que me declaro responsable: la defensa del principio de que la libertad de expresión no carece de límites y que no es ni ético ni moral ni legal emplearla para zaherir las creencias de los demás. Para mi vergüenza y oprobio y a pesar de que pueda haber gato insularista encerrado, admito  que comparto la posición de Carlos Alonso, el presidente del Cabildo de Tenerife, de que la diversión y la transgresión propias del carnaval no son patentes de corso que todo lo ampara y todo lo permite. Seguramente esa posición mía tan poco acorde con los tiempos se deba a que soy completamente incapaz de comprender el espíritu del carnaval y, en particular, de la gala drag, en el que sí son consumados catedráticos determinados políticos y políticas municipales. 
Sé que la defensa de los principios que acabo de mencionar me excluye a perpetuidad de cierto progresismo que concibe la libertad de expresión sin más limitaciones que la propia voluntad y los derechos sin ningún contrapeso en deberes, todo ello al tiempo que exige respeto pero no se considera obligada a respetar. A pesar de todo no me pidan que me arrepienta de las culpas que aquí he confesado porque no serviría absolutamente para nada: ante otro caso como este volvería a pensar y a actuar exactamente de la misma manera. 

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