Documento incluído en el artículo La guerra en el pacífico, trabajado por Gabriel Cardona y David Solar, en el nº 18 de la colección 'Historia Universal Siglo XX' de Historia16 (1983).
Las aclaraciones al texto del expresidente (ver asteriscos) son suyas, no mías, aunque las suscribo.
Mr. Ciudadano, por Harry S. Truman
Antes de tomar la decisión final de emplear la bomba atómica, convoqué un comité de las más destacadas autoridades en el campo científico, educativo y político, para escuchar sus opiniones y consejos. Pregunté su opinión a los jefes de Estado Mayor y calculé el tiempo que podrían resistir los japoneses y cuántas vidas -amercianas y japonesas- costaría invadir la isla principal de Japón.Antes había autorizado ya a los jefes de Estado Mayor a movilizar a más de un millón de soldados americanos para el ataque final a Japón. Muchas unidades americanas, procedentes de Estados Unidos y de Europa, estaban ya en ruta hacia la zona del Pacífico, dispuestas a la invasión.En Potsdam, Stalin me había informado de que pasarían tres meses antes de que Rusia estuviera en condiciones de abrir un segundo frente contra Japón. Y durante la conferencia de Potsdam había consultado al primer ministro Churchill sobre el empleo de la bomba contra Japón, ya que Estados Unidos había colaborado con Gran Bretaña en el proyecto de la bomba. Churchill y sus jefes militares se mostraron partidarios de su empleo.
El 28 de julio, el primer ministro Suzuki declaró que Japón haría caso omiso de la declaración de Potsdam del 26 de julio. En aquella declaración habíamos ofrecido a Japón la alternativa entre la rendición, con la esperanza de un digno futuro, y la inevitable y completa destrucción *. Los señores de la guerra japoneses presentaron fanática resistencia. Y un millón y medio de soldados japoneses se hallaban en China continental dispuestos a acudir en defensa de Japón **. Era deber mío de presidente obligar a los guerreros japoneses a avenirse a razones, con la mayor rapidez y con la menor pérdida de vidas que fuera posible. Entonces tomé mi decisión. Una decisión que sólo a mí me incumbía.Casi inmediatamente después de la segunda bomba atómica, los japoneses se rindieron. La más terrible guerra de toda la Historia, que arrastraba más de treinta millones de bajas, llegó así a su final.
* Truman, que escribía esto catorce años después de aquella tragedia, olvidaba o dulcificaba la situación. A Japón se le ofreció la rendición incondicional. El ultimátum decía: Exigimos del Gobierno japonés la rendición incondicional de todas sus fuerzas armadas y la seguridad de una absoluta buena fe en dicha acción. La alternativa será la completa y total destrucción del país.Por otro lado, Washington estaba perfectamente informado desde comienzos de 1945 de que Tokio deseaba un acuerdo de paz. El acuerdo se habría conseguido en términos parecidos a los que, finalmente, se firmaron. Simplemente hubiera bastado eliminar el término incondicional.
** Recurrir a esta justificación es bastante absurdo. Por aquella época Estados Unidos dominaba completamente el mar y el aire y Japón carecía de Marina de guerra y de flota mercante: ¿cómo pensaba Truman que podrían llegar un millón y medio de soldados japoneses hasta el territorio metropolitano?
En mi opinión, el uso de la "nueva arma" (como la llamaron ante Stalin en Potsdam, si no me equivoco) de los Aliados tiene más razón de ser en otros dos aspectos, lejos de la clásica justificación de "acabar la guerra de manera rápida y evitando daños mayores". Se trataría de lanzar una clara advertencia a Stalin sobre la ventaja estratégica con que contarían los aliados occidentales ante una posible continuación de la guerra en Centrouropa u otros frentes, esta vez enfrentandose los antiguos aliados; y serviría a su vez para probar los efectos de la nueva bomba ante un objetivo real, una ciudad llena de población civil (hasta ahora sólo habían visto sus propiedades en zonas deshabitadas). De paso daban un golpe brutal a los japoneses, que se mostrarían más dispuestos a aceptar una rendición incondicional.
Saludos