Cuando vi el trailer de Yo, Frankenstein me entró por los ojos y ni corta ni perezosa me planté en el cine para verla, sin saber muy bien por qué. Creo que solo quería verla porque salía Bill Nighy, y si ese no fue el motivo real, la verdad es que no tengo ni idea de qué me llevó a interesarme en semejante adaptación del clásico mito de Frankenstein.
Siempre he sentido un cariño especial por el monstruo de los remaches, y me parece muy interesante que su historia siga contándose, e incluso soy absolutamente fan de las adaptaciones más opuestas a su idea original, sobre todo cuando están bien hechas, como El jovencito Frankenstein, pero lo de esta película es que es de traca.
Efectos visuales aparte, que hoy en día ya no son mérito ninguno a no ser que se pasen de excelentes, la única virtud de esta película es que se te pasa volando. Desde los primeros minutos de metraje la acción se apodera de la historia y ya es un no parar de luchitas por aquí, intrigas por allá y demonios por todas partes. Lo malo es que uno termina de ver esta película con la idea de que no ha visto más que una introducción, que no ha pasado nada realmente, por muchos noventa minutos que se te hayan escapado.
Y esto trae consecuencias peores, porque supongo que si esta Yo, Frankenstein sabe a introducción, es porque le van a suceder otras películas, al menos una, y yo por ahí ya no paso. A mí ya no me van a engañar más.
Con lo interesante que me parecía la idea de que ahora el monstruo de Frankenstein fuera bueno, tuviera conciencia de sí mismo, y pasase, con éxito, por una crisis de identidad, menuda mierda pinchá en un palo que han hecho con él en esta adaptación cinematográfica, que viene de un cómic, por cierto, pero que no quiero ni saber si es bueno o malo. Por supuesto, ojete de ballena para los músculos de Adam. ¿Que quién es Adam? Pues Adam es "Frankenstein", porque si algo nos explica la película es que Frankenstein no es el monstruo, sino el doctor, y el monstruo no tiene nombre, pero aquí lo llaman Adam y tan ricamente.