Yo grito a mis hijos.
Yo, a veces, grito a mis hijos.
Soy madre, mujer, y defiendo la crianza respetuosa, y el apego, y amo a mis hijos por encima de todas las cosas.
A veces me enfado con ellos.
Y grito. A veces.
Y pierdo los nervios. A veces
Y después me arrepiento. Siempre.
Y por qué me confieso hoy? Porque estoy cansada del postureo. Todos queremos ser madres y padres maravillosos, pero de vez en cuando perdemos los nervios, el cansancio, el estrés, la falta de tiempo...
En otros casos el exceso de tiempo, las vacaciones, 24 horas sobre 24 con un niño puede resultar agotador si tenemos un mal día.
Dilapidadme si queréis. Pero no creo que sea la única.
YO, A VECES, ME ENFADO Y GRITO A MIS HIJOS.
Alguien mas en la sala que confiese? No, no voy a juzgar, nadie debiera hacerlo, aunque por estos lares es lo fácil, porque la realidad queda escondida entre las paredes de un hogar, y en la red todos exponemos la cara brillante.
La sonrisa radiante, la foto de familia feliz.
Es entre nuestras cuatro paredes, donde a lo largo del tiempo también hay episodios que no queremos reflejar en las fotos, que no queremos que nadie vea, pero existen. Son una realidad.
A veces alguna situación me supera, pierdo los nervios y la compostura y grito.
Y no, no es culpa de ellos. Es mía, perder el control. Soy humana.
O por que creéis que hay diez tipos distintos de cursos y talleres para educar sin gritar, para aprender a empatizar con los hijos, para educar sin castigar? Libros? Webs? Recursos online?
Porque hacen falta. O creías que sólo te ocurre a ti?
Porque nos hace falta de vez en cuando un empujón.
Porque el mundo está mas allá de esas imágenes preciosas donde las familias son maravillosas y como en las series americanas de los '80 cuando los adolescentes la cagaban se autocastigaban en su cuarto o sin salir.
No. La vida real es otra.
Donde perseguimos los valores en los que queremos educar pero no siempre lo conseguimos.
Donde la maternidad es un juego de acierto-error-acierto-error, y donde los resultados de nuestros ensayos no se verán hasta dentro de años.
Soy mala madre? Creo que no. Aunque a veces grite, soy mala madre cuando lo hago? No. Rotundamente.
Creo que soy humana, y pretendo educar a mis hijos en un mundo donde sus opiniones y sentimientos sean escuchados.
Yo también necesito que se escuche mi enfado.
No puedo suspirar y hacer como que no me molesta un comportamiento o una actitud o una acción, necesito expresarlo, soltar mi lastre, aunque después me arrepienta y les pida disculpas.
Como sus rabietas. Funcionan igual, se ciegan, se enfadan, explotan, y cuando todo se calma descubren que no era para tanto.
Y mediante sus actos, tal vez con una sonrisa, se disculpan por el arrebato.
A mi me pasa igual.
Pero soy adulta, así que no puedo tirarme al suelo y patalear, pero cuando no puedo mas, cuando las palabras no bastan, cuando intento hacerme entender, o que me escuchen o que colaboren, y una y otra vez no funciona, a veces me quedo sin herramientas y exploto.
No me gusta. Pero es la realidad.
Cuántas veces habéis discutido con vuestra pareja?
Con un familiar? Nunca habéis elevado la voz?
Erráis cuando lo hacéis? Sí. Pero lo necesitáis a veces?
Soy consciente de que los gritos dañan.
No hablo de herir, ni insultar, hablo del enojo que te supera. De ese grito.
Me considero una buena persona, y quiero que mis hijos lo sean, también cuando sientan rabia, dolor, vergüenza, frustración, miedo...
Y quiero que aprendan a manejar sus emociones desde la honestidad, desde el autoconocimiento.
Yo aún estoy aprendiendo a hacerlo.
No creo que educar signifique contener todas esas emociones que nos ahogan, rabia, miedo, vergüenza, frustración, dolor...
No se puede educar emocionalmente en un mundo de fábula donde no existan las emociones que no nos gustan.
No podemos silenciar que somos personas, que nos enfadamos, que nos duelen las acciones de los demás, que sentimos frustración o cólera.
Que nos enfurecemos y nos irritamos.
Sin todas esas emociones no tienen sentido las otras, las que intentamos hacer fuertes, el amor, la alegría, la esperanza, el agradecimiento, la serenidad...
No tienen sentido sin las negativas, no se entienden por si mismas sin conocer las otras.
Cuando te sumerges en el mundo de la crianza respetuosa todo son días de vino y rosas, y sí, es así, pero la mayoría de estas opiniones y de estas páginas tan bonitas llenas de hermosas palabras están escritas por los conocimientos vivenciales de madres de bebes.
Me explico: con un bebe de meses difícilmente te vas a enfadar o a sentir ira.
Puedes estar cansada, sobrepasada por las circunstancias, falta de sueño, etc., pero no hay emociones negativas habitualmente(Ojo no hablo de procesos como depresiones, etc.)
La cosa cambia según los niños van creciendo.
Han de crecer con ellos los kilos de paciencia, no es lo mismo un bebe, al que enseñar a no golpear los cristales, que un niño al que por enésima vez le digamos no los golpees, que a un adolescente enfurruñado que golpee por frustración.
No es lo mismo un bebe al que le explicas que si se lleva el vaso de la mesa lo puede tirar que el niño al que se lo han explicado veinte veces y sigue llevándoselo.
A veces esa paciencia se agota y se agotan nuestros recursos y olvidamos que simplemente son niños, que deben aprender a su paso, y nosotros con ellos.
Olvidamos que necesitan muchas veces que les repitan las cosas, olvidamos que su comprensión causa-efecto no es la misma que la nuestra, y que en muchas ocasiones es necesario conocerlo de primera mano para aprender.
Pero no pretendo justificarme.
Cuando me enfado y pierdo los nervios la responsabilidad de mis gritos es solo mía, pero la responsabilidad del enfado es de ambos, sí, ellos también tienen responsabilidad, y conociendo mi enfado aprenden también a relacionarse, a conocer el abanico de emociones humanas, a tener su lugar en nuestra familia, aprenden que sus actos tienen consecuencias cuando no tienen en cuenta las emociones ajenas.
Y aprenden a expresarse en libertad, a hablar de lo que sentimos en cada momento.
A sociabilizarse.
Aprenden que como madre también me equivoco, que como madre soy capaz de pedirles disculpas por mis errores, aprenden a perdonarme y amarme y a perdonarse a si mismos cuando sean ellos quienes se equivoquen.
Aprenden a dejar libres sus emociones y a ser generosos con el perdón.
Y lo más importante, aprenden que el amor es incondicional.
Ocurra lo que ocurra nuestro amor es una fortaleza a prueba de todo.
Porque pese a todo, jamás osaríamos infringir heridas, mas allá de alzar una voz.
Sí, yo a veces grito a mis hijos, y me seguiré esforzando por no hacerlo, pero mientras tanto, si a vosotros también os pasa, no os sintáis unas malas personas, unos malos padres, ni os castiguéis por ello, simplemente aprended de vuestros errores porque hasta con ellos estáis educando.
Y recordad, los cuentos de hadas no existen, al menos fuera de Disney.
Las familias reales, tienen emociones reales.
Todos somos humanos, y hasta quienes admiramos para aprender a ser quienes son, antes tuvieron que conocer el otro lado.
Yo grito a mis hijos, a veces.
A veces me enfado con ellos.
Y grito. A veces.
Y pierdo los nervios. A veces
Y después me arrepiento. Siempre.
Y nos pedimos disculpas por nuestros errores como las personas que somos.
Y superamos las pequeñas crisis con entendimiento y amor.