Revista Comunicación

Yo haré la huelga general

Publicado el 16 septiembre 2010 por Jackdaniels

Mi primer día de trabajo fue aquel lejano 18 de julio de 1980. Era viernes y yo estaba jodido por empezar a trabajar justo antes de un fin de semana. Por la fatalidad de la fecha y por el inconveniente de este último detalle, siempre he pensado que mi ingreso en Tussam fue más bien producto de una cruel zancadilla de la fatalidad.

Hoy ya han pasado más de treinta años de aquello y allí sigo, aunque las cosas han cambiado bastante en este tiempo. Por aquel entonces, todavía no hacía cinco años que había muerto el dictador y en las empresas aún continuaban vigentes muchos de los métodos y las formas del pasado. Eran bastante más parecidas a un cuartel que a otra cosa.

Muchos de los mandos intermedios de entonces eran heredados del franquismo y aún pervivían en los tajos residuos de los cuadros del famoso sindicato vertical creado por el antiguo régimen a modo de autoservicio. Era una época un tanto mágica, porque hacía siempre dos años o poco más de casi todo. De las primeras elecciones municipales en libertad, de las primeras sindicales de la democracia y tan sólo tres de las primeras generales.

Pero también era nuevo cualquier camino a emprender y cualquier parcela por explorar. Las condiciones laborales de los tajos eran poco menos que deplorables, aunque el trabajo de los recién elegidos delegados sindicales y de los recién constituidos comités de empresa estaba empezando a visualizar los primeros y tímidos resultados.

En estas tres décadas, el trabajo resignado y callado de mucha gente ha transformado por completo aquella triste realidad hasta hacerla parecer casi irreconocible. No sólo hablo de los cambios propiciados por los políticos y sus leyes, sino de algo más sutil y del día a día, más cotidiano, que es lo que de verdad transforma la vida de la gente.

Me refiero al esfuerzo de sindicalistas y trabajadores por mejorar las directrices de su existencia. Un trabajo a pie de tajo que no sólo se conformaba con conseguir mejoras, sino que ahondaba en la concienciación permanente del trabajador de que sólo con la lucha y la unidad era posible alcanzarlas. Hoy esa máxima continúa siendo una verdad inviolable.

Muchos de aquellos hombres y mujeres, de aquellos compañeros, son hoy nombres anónimos de una lista interminable que consiguieron que la realidad cambiase radicalmente para millones de trabajadores de este país. Y el país avanzó y de qué manera, a pesar de que a bastantes les hubiera encantado que sucediese todo lo contrario y se provocase un feedback que nos retrotrajera de nuevo a los tiempos pasados.

Desde aquellos días hasta aquí he visto de casi todo, también a personas que utilizaron el poder de ser la correa de transmisión de la voz de los trabajadores para medrar. Pero han sido los menos. La inmensa mayoría era gente honrada y trabajadora que se entregaba a defender los intereses de clase sin otro fin que la satisfacción propia de haber contribuido a equilibrar la injusticia humana. El sueño imperante en ellos no era otro que dejar a sus hijos un mundo considerablemente mejor que el que ellos habían heredado. Yo también he vivido ese sueño recurrente infinidad de noches.

Es una lástima que muchos políticos, principalmente del espectro de la izquierda, renieguen hoy de ese pasado. La mayoría de los partidos de izquierda nutrieron sus mermadas filas de gente que procedía del campo sindical para poder conformar las listas que presentarían a las elecciones venideras. También hoy un elevado número de aquellos sindicalistas que engrosaron los partidos políticos borran de sus historiales vergonzosamente su ascendencia como si fuera algo maldito. Pero infinitamente más se sienten orgullosos de haber sido partícipes de dicha transformación y todavía hoy pelean con todas sus fuerzas para que la lucha no decaiga. Se equivoca de manera letal aquel que piense que el camino ya se ha recorrido al completo.

Tres décadas después contemplo anonadado cómo se fragua un movimiento que tiene por única finalidad tirar por tierra el trabajo honrado de tanta gente durante tantos años y desposeer a los trabajadores de la única arma de la que disponen para su defensa. Empezando por un gobierno supuestamente de izquierdas que pone en marcha la reforma laboral más retrógrada de la historia de la democracia, que no sólo supone un escalofriante paso atrás en las condiciones laborales de este país, sino que lleva implícita una condena a muerte para los sindicatos, con el vil objetivo de dejar cautivos y desarmados a millones de trabajadores.

Los adalides del neoliberalismo salvaje que nos acorrala han visto también en esta ofensiva una oportunidad única para desandar lo que tantos años y esfuerzos ha costado conseguir. Y nos toca de nuevo a los trabajadores levantarnos para impedírselo. Y estoy seguro de que lo haremos.

Por eso; por mi conciencia de clase y porque tengo dos hijos a los que no me gustaría dejarles ese mundo de mierda que unos cuantos privilegiados están empeñados en implantar a toda costa, es por lo que apoyaré con todas mi fuerzas la huelga general del 29 de septiembre. Porque, como dice el dicho popular, en todo caso violado, pero con la dignidad intacta.

El 29S yo voy.


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