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Yo me encargaré

Publicado el 02 diciembre 2023 por Angeles

Era un domingo de principios de diciembre. El suelo estaba blanco y crujiente, y de los aleros colgaban grandes lágrimas heladas.

Mario llegó al refugio a pie, las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, casi oculta por la capucha de su anorak. Aun así, Manuel y Olga,  que estaban descargando una furgoneta, lo reconocieron al momento.

Buenos días, Mario —saludó Manuel—. Ahí dentro está tu protegido, desayunando. 

Buenos días —respondió Mario—. Entonces sigue mejor mi Goku, ¿verdad? 

Mucho mejor, Mario, mucho mejor. Ese perro no sabe la suerte que tuvo al toparse contigo —dijo Olga.

Mario llevaba varios años colaborando con el refugio de animales del pueblo. Llevaba comida, compraba medicinas cuando era necesario, y siempre que su trabajo le dejaba tiempo, ayudaba atendiendo él mismo a los animales.

Pero Goku, un setter inglés de dulce mirada, era especial para él: era el primer animal al que había salvado. Lo había encontrado dos semanas antes, vagando por las afueras del pueblo, sucio, flaco, agotado. Debía llevar varios días perdido.

¿Qué haces por aquí tú solo, precioso? —le dijo Mario cuando lo encontró, al tiempo que se inclinaba para acariciarlo. Y entonces vio que el perro llevaba collar y una chapa con su nombre.

El animal, habituado a la compañía de personas, se mostró confiado y se dejó acariciar, quizá intuyendo que aquel hombre iba a ser su salvador. Y en cuanto Mario vio que no le tenía miedo, lo subió a su camioneta y lo llevó al refugio.

Es raro que se haya perdido —dijo Manuel aquel día—, un perro como éste, que debe estar acostumbrado al campo...

Habrá que ver si está enfermo, y quizá por eso lo hayan abandonado —dijo Olga.

Pero si fuese así —añadió Manuel—,  no le habrían dejado el collar con la chapa. No sé... en todo caso, no será de por aquí, no conoce estos andurriales y por eso no ha sabido volver a su casa.

No sé cómo nadie puede tener la maldad de abandonar así a un animal. Y encima con este frío... —dijo Mario, acariciando el largo pelaje blanco y negro, que había perdido su lustre y estaba apelmazado.

Ahora, al cabo de quince días, gracias a los cuidados de Manuel y Olga, y al cariño que Mario le había mostrado, Goku había recuperado peso y estaba mucho más fuerte y alegre. Y así, con vitalidad y alegría, recibió a Mario cuando lo vio entrar.

¡Hola, precioso! —le dijo Mario, abrazándolo. Y dirigiéndose a Manuel añadió—: Me lo llevo a campear un rato.

Era la segunda vez, desde que Goku había empezado a mejorar, que Mario se lo llevaba a pasear por el campo. Estaba esperando a que se recuperase por completo para adoptarlo.

Cuando llevaban ya un rato caminando entre árboles y matorrales, Mario se sentó en una gran rama caída, y el perro se acercó a él.

Yo me encargaré de que nunca vuelvas a pasarlo mal, precioso —le dijo al animal, que lo miraba con devoción—. Y el canalla que te abandonó tampoco volverá a abandonar a ningún perro. También me he encargado de eso.

Goku lo miraba con la cabeza inclinada a un lado y un brillo en los ojos que parecía una interrogación.

Sí, precioso —continuó Mario—, después de encontrarte vi carteles con tu foto en las tiendas del pueblo. «Perro perdido», había puesto el canalla. Se ve que se arrepintió de haberte dejado. Tenías que haberle visto la cara cuando entré en su casa... Seguro que pasó más miedo que tú cuando te viste solo y perdido, y le está bien empleado.

Echaron de nuevo a andar, y al llegar a otra zona de vegetación espesa, Goku pareció alterarse. Empezó a olfatear el suelo, dando vueltas sobre un mismo punto. Mario se detuvo a su lado, mirándolo con una sonrisa casi inapreciable en la cara. Pero cuando el perro empezó a escarbar el suelo lo sujetó y lo apartó del sitio.

Deja eso, Goku. Ahí no hay nada que valga la pena —le dijo.

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