Este blog siempre ha sido sobre maternidad. "Una maternidad diferente"... Una bendición y una condena... Una bendición porque ha sido una vía de escape que me ha permitido disfrutar de la primera infancia de mis hijos sin complejos, con muchos brazos, la teta fuera todo el día, el guarreo del baby-led weaning, y hacerlo sin convencionalismos sociales o ataduras y compartiendo con otras madres. Una bendición porque me ha permitido hacer amigas y conocer gente maravillosa que aún hoy sigue en mi vida y que me aporta lo indecible y me ha ayudado a madurar como persona y a compartir realidades muy diferentes de la mía propia. Una bendición porque cuando perdí a Mi Pequeña Flor fue una verdadera terapia poder escribir sobre sentimientos tan callados, un dolor tan profundo y poder recibir a cambio el apoyo y el cariño de tantas y tantas personas...
Pero también una condena. La vida me ha condenado también a una maternidad muy diferente de la que siempre soñamos. Una maternidad a la sombra de una enfermedad incurable, una enfermedad derivada además de un pecho, uno de los símbolos maternales y uno de los órganos humanos sobre los que más he hablado y escrito en los últimos años. Hace ya tres años que me diagnosticaron un cáncer de mama metastásico que se había extendido hasta el hígado y los huesos, un cáncer que "sólo" podíamos aspirar a cronificar y no a curar, porque no tiene cura, un cáncer que, en un momento u otro acabará con mi vida... Y esto, en el fondo, también ha marcado "Una maternidad diferente". Una maternidad marcada por el miedo, por la incertidumbre, por ver el sufrimiento de mis hijos cuando ven que su madre está mal, por esos besos y abrazos agridulces que me dan, tan llenos de amor como de miedo, algunas veces.
El otro día hablaba con mi marido y le decía que a mi no me da pena o congoja o miedo morirme sino que lo que más me hace sufrir es el pensamiento de dejar a mis hijos sin madre, sin una figura tan trascendental en la vida de cualquier ser humano, y de dejarle a él "colgado" con tres niños tan pequeños... La gente, con toda la buena voluntad del mundo, te dice que "cualquiera se puede morir el día menos pensado" o que lo realmente doloroso es ver morir a un hijo... Te dicen, con toda la buena voluntad del mundo, que lo que tienes que hacer es disfrutar de cada día con ellos... Pero quien no ha vivido días en los que se levanta de la cama con un sentimiento de muerte inminente, no sabe lo doloroso que es.
Y eso no es lo peor. Lo peor es llegar al final del día cansada, frustrada, con dolores, hecha polvo por la medicación, las esperas, los tratamientos, el maltrato burocrático y saltar a la mínima con tus hijos por cualquier tontería y terminar gritándoles y castigándoles. Porque en ese momento no solo te sientes mal, dolorida, cansada y frustrada, sino además culpable por tratarlos mal, por no tener paciencia, por no estar "creando" esos buenos recuerdos y estar disfrutando del momento, como te dice la gente que hagas... como si fuera tan fácil... Y entonces te sientes una mierda de madre, una maternidad diferente en el peor de lo sentidos; diferente porque sientes que pagas tus frustraciones con tus hijos, porque intentas verte reflejada en el espejo de las "madres guays" de Instagram o de Facebook y no consigues verte por ninguna parte de lo empañado que está, culpable porque tú has sido una de esas "madres guays" en un momento u otro y ahora tienes ganas de esconderte detrás de una piedra y hacerte pequeñita, idiota por pensar cuánto más fácil sería todo si no tuvieras hijos y solo te tuvieras que preocupar de ti misma, y... tantas cosas más que te pasan por la cabeza cuando te encuentras mal.
Hoy volví a la consulta de psicooncología y una de las cosas que me dijo la psicóloga es que no hay losa más grande de superar que el recuerdo o el concepto de una madre o un padre perfecto. Que yo no tenía que aspirar a ser perfecta para mis hijos o dejarles recuerdos felices imborrables, sino que lo que tenía que hacer era intentar mejorar un poco cada día... Y llevo desde entonces llorando como quien abre un grifo y ya no lo puede cerrar, trabajando ese proceso de PERDONARME, de aceptarme con mis imperfecciones, de no centrarme en lo que hago mal sino en saber qué hago mal para intentar hacer los cambios que me lleven a una situación con la que esté más a gusto... Llorando en el proceso de quitarme de encima la losa que yo me he puesto sobre mi misma y de aceptar que si me enfado porque estoy cansada y les grito o les trato mal es normal, aunque no sea deseable, Llorando porque tengo que aceptar que no les puedo dejar a mis hijos una infancia mágica, que tendrán que aprender la dura realidad más tarde o más temprano y aceptar que, tal vez, aunque no estuviera enferma y cansada y dolorida seguiría cometiendo los mismos errores o peores.
Me fui de la consulta agradeciéndole a la psicóloga el consejo de que lo importante es aspirar a mejorar... Y llevo desde entonces llorando, tal vez llorando por mí, o por la niña perdida que fui, o por mis hijos, o por la injusticia de la situación y de la vida, pero intentando PERDONARME... Es un proceso.
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