Uso coche, termo eléctrico y estufa cuando hace frío; me beneficio de todos los avances tecnológicos que puedo. Decir lo contrario sería mentir; pero lo hago con responsabilidad y no derrocho los recursos. Cierro el grifo cuando me cepillo los dientes, apago la tele con el botón y no con el mando, reutilizo las cosas todo lo que puedo y separo la basura.
Creo que las energías renovables no se explotan todo lo que se debería y que, por mucho que algunos tratemos de hacer lo contrario, generamos más residuos de los que este planeta puede soportar.
Estuve en las manifestaciones contra el Puerto de Granadilla y las Torres de Vilaflor; grité contra la especulación y los especuladores y, precisamente por eso, no pienso movilizarme ahora contra las prospecciones petrolíferas. Lo siento, no me da la gana de secundar una movilización encabezada por aquellos que han destrozado el paisaje de las islas con la misma rapidez con la que han llenado sus bolsillos.
Lo siento, esta vez no pienso hacer de borrego; por mucho que no vea en estas prospecciones la solución a todos los males de Canarias (como algunos nos quieren hacer creer). Esta vez me quedaré en casa a pesar de que tengo la certeza de que las cosas se deben hacer de otra manera. Por mucho que me indigne saber que la ley obliga a desmontar molinos de viento cuando estos generan más electricidad de la que las compañías eléctricas están dispuestas a permitir, esta vez lo veré por la tele. No me moveré de mi sillón, no porque esté a favor de que se busque petróleo en aguas canarias, sino porque el arribismo político que se ha producido en torno a todo este asunto me pone enferma.