Revista Cultura y Ocio

Yo no soy Bob Dylan, pero tengo uno en mi cabeza

Por Calvodemora

Yo no soy Bob Dylan, pero tengo uno en mi cabeza
Bob
De todos los Bob Dylan que hay dentro de Bob Dylan el que menos me gusta es el de los ochenta. La paradoja consiste en que esa época fue en la que yo lo descubrí. Luego vino la mirada atrás, la fascinación por todos los discos de los sesenta. El descubrimiento de piezas inmortales. Algunas te acompañan para siempre. Las tienes en la cabeza. Están de alguna forma secreta sin que tú administres su estancia. He pensado que la belleza va a sus anchas por la cabeza de quien la acepta. Que coloniza al sujeto cómplice y desbarata cualquier posibilidad de erradicarla con movimientos sutilísimos. Sobra decir que el portador de ese bendito virus no se percata de la colonización. Que la belleza vence por encima de cualquier otra consideración de la índole que se te ocurra.
Dylan Yo jamás tengo la certeza de que Bob Dylan está en mi cabeza, pero cuando suena All along the watchtower o To make you feel my love (una muy antigua, una más reciente) me siento vibrar ahí adentro, percibo que la letra de la canción está sin que yo haya tenido la seguridad de saberla. Sé un montón de cosas que desconozco. Las sé sin una certeza. Conozco cómo son sin que tenga las partes menudas que componen el todo que se me presenta. Ésa es otra paradoja. Sé cuando llega el bajo y cómo el piano se encabrita sin que ese conocimiento esté presente mientras explico verbos irregulares en mi clase de Inglés o elijo una cerveza alemana en el supermercado. Sé también que yo mismo soy varios ejemplares de un solo ser aparentemente indivisible. Me he acostumbrado a convivir con alguno de ellos y casi estoy por decir que el que más me gusta es el del viernes por la noche. Será porque los viernes son buenos días para rocanrolear o para invitarme a salir por ahí y contar con los amigos y sentir pecho adentro a Bob Dylan confesándome lo solo que está. Bob Dylan está solo en el mundo. Todos los que no somos Bob Dylan estamos como Bob Dylan: más solos que la una, perdidos en el subterráneo, con un terrible dolor de cabeza, pensando en la salida, temiendo encontrarla. Solo hay que leer un poco las letras de Bob Dylan y escuchar un poco su plegaria. Porque lo que hace Dylan es un rezo. Uno extraño, no lo dudo, pero convincente. Al modo de algunos rezos, críptico. Pero la fe requiere peajes muy altos.


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