Lo reconozco. Tengo mis momentos de hater. Me desquicia la Navidad desde mucho antes de que se popularizara la palabra Grinch, como también soy enemigo de los centros comerciales, y detesto determinados productos de consumo masivo, como el reguetón y el trap, o las series Médico de Familia o Melrose Place. Tampoco soy apasionado del Tenerife, me ponen muy nervioso las personas que no saben estar sentadas sin mover una pierna, de la misma manera que odio que los niños se adueñen de las piscinas, las playas y de cualquier lugar que ocupen.
Pero si hay cosa que aborrezco es el topicazo por el topicazo, y cuando se aplica a Canarias directamente me subo por las paredes. Ustedes y yo vivimos en un archipiélago, claro, pero ¿qué es eso que tocan el tambor y la gente se mueve?
Esa entonación exagerada y ciertamente barriobajera, esas palabras malsonantes trufadas de gruñidos más cercanos a un cuadrúpedo que a un ser humano. Esos giros al hablar con pretensión de exclusivísima ordinariez que los propios medios de comunicación públicos fomentan sin cesar. Esa pachorra y ese aplatanamiento ancestral que se aplica al canario.
Mola que entre los concursantes de los formatos de telerrealidad haya uno o varios canarios, porque se visten de ordinariez a la menor ocasión y existe la creencia de que en las islas nos dejamos la pasta para salvar a los nuestros de la quema, hagan lo que hagan, y algo de razón tienen... ¿Que se trata de escoger la octava maravilla del mundo? Por narices tenemos que hacer que el Teide esté en la terna. ¿Mejor alimento de España? Habilitemos líneas de teléfono en todos los Ayuntamientos, que hay que votar por nuestra papa arrugada.
¿Canarias? Carnaval, plátanos, tomate, mi niño, guagua, sancocho, cotufa, ños, tal y cual, mi Virgen de Candelaria y dos piedras, chos, que aquí se jabla y no se habla, y hay que convertir en una tesis doctoral cada pequeña o gran majadería autóctona, desde el catálogo de nombres guanches, hasta la más purista forma de vestirse para acudir a una romería.
¿Hablamos de romería y baile de magos? Saca el timple Chaxiraxi, trinca pallá la pella gofio que me voy a arrallar un millo y todo emocionado me las piro que se montó el tenderete y me arranco con una folía o me bailo una isa. Loca, el traje que llevas es capa y sayo del siglo XVI de los altos de Chimicheide para ir a misa de domingo. Pues el mío es mujer de Tamaraceite de principios del siglo XXI toda dispuesta para mandarse un bocadillo de chorizo Teror. En los dos casos, acabaremos con los tenis, hasta arriba de ron y bailando merengue.
Caemos eternamente en la tontuna de pensar que "lo nuestro" equivale a una yunta de vacas y al juego del palo, cosas que a la mayoría de los canarios no nos identifican. ¿Acaso conviene que seamos así? Tengo ganas de que el Día de Canarias celebremos alguna vez que somos una tierra emprendedora y culta, que hablemos de nuestra solidaridad, de nuestra capacidad para reinventarnos y sobrevivir en un ambiente tan difícil como el de estos siete peñascos en medio del océano.
Quiero que se hable de tanta gente de ciencias y letras, de medicina y universidades, que se hable de aquel que construye su tierra desde el trabajo y la lucha constante por llegar cada día un poco más arriba, aunque no diga encimba, toballa y cloquío.
Es curioso que el día en que conmemoramos la primera sesión de nuestro Parlamento allá por 1982, con las miras puestas en el que sería nuestro Estatuto de Autonomía, definidor de las competencias y fortalezas de un archipiélago a camino de tres continentes, sólo se haya sabido sembrar esa certeza de que en nuestro ADN hay trazas de manta esperancera.
Yo creo en una Canarias firmemente española y europea, orgullosa de sus raíces, que se sacuda de encima los complejos y mire a su futuro con orgullo, una Canarias de hombres y mujeres que somos capaces de todo, tanto como el que más.
Que nadie nos mande nunca más a tocar el tambor.