“Yo quiero aprender el internet.”

Justo en este punto es donde pillé la conversación. El hombre, de unos setenta y pico, le decía esto a la que parecía su mujer mientras los dos se sentaban en un banco de la calle:

-Pues yo quiero aprender el internet.

-Pero hombre -le decía la mujer mirándolo casi con pena y levantando las palmas al cielo-, ¿tú estás seguro de eso?

-Que sí, que sí -respondía el señor convencidísimo moviendo la cabeza adelante y atrás con fuerza-. Que eso, con unas tardes a la semana...

Y me quedé ahí. No pude escuchar más. Yo seguí caminando y ellos se quedaron sentados en el banco hablando, seguramente, del magnífico plan que aquel señor había ideado para hacerse con el internet. Y de que él lo llevaría a cabo aunque la señora no creyera que eso estuviera al alcance de sus capacidades. Me giré disimuladamente y miré atrás. Ya no les oía, pero él hacía gestos tajantes con las manos. "Se acabó", parecía decir, "la decisión está tomada y no se hable más. Yo voy a empezar a aprender el internet y tú, si no quieres, pues no. Allá tú". Ella le miraba resignada. Ni levantaba los hombros. Lo acompañaría en ese viaje al internet, seguro. Parecía acostumbrada a las locas ideas con que de vez en cuando salía ese señor. "Pues venga", parecía pensar la señora, "ahora toca arremangarse y remar hacia el internet ese... hasta que el señor se canse y encuentre otra necesidad".

Me volví y seguí caminando. No había dejado de caminar. De hecho, no nos queda otra que seguir caminando, pensé. Y en el camino, por más que nos esforcemos, se nos escaparán tantas cosas...

Espero que ese señor consiga aprender el internet.